A estas alturas es algo que se ha repetido hasta la saciedad, pero me atreveré a decirlo otra vez. “Black mass” es una película de Martin Scorsese… sin Martin Scorsese. Eso lo sabemos todos, lo sabe el propio director, lo saben sus actores y lo sabemos nosotros los espectadores. A estas alturas, tampoco vale de nada rasgarse las vestiduras ni andarse preguntando qué hubiese sido de esta historia y de esta película en manos de Marty. Nunca lo sabremos. Esta película no la ha dirigido Marty, la ha dirigido el tal Scott Cooper.

Puede que la película la firme otro, pero el patrón lleva el sello inconfundible del director de “Goodfellas”. Supongo que es inevitable ponerse a hacer hoy día una película de gangsters o de mafia y no seguir el rumbo marcado por el italo-americano. Sí, podrás seguir la senda coppoliana, mucho más elegante y operística, pero si te decides a contar la historia de unos matones de barrio que poco a poco se hacen a sí mismos… Blanco y en botella. Scorsese, como Allen, como Almodóvar, es casi un género cinematográfico en sí mismo, y quien opte por cultivarlo ha de seguir unas mínimas normas.

Son esas normas las que sigue a rajatabla Scott Cooper, y no lo hace mal por cierto. No por visto el arranque del film es menos espectacular. Todo está en su sitio; la música, los planos, los diálogos, la ambientación. El director se revela como un alumno disciplinado, y si sigue así, lo mismo estamos ante un tipo interesante en el futuro. Por lo demás la historia, basada en hechos reales aunque por momentos no lo parezca, es de las que merece ser contada, como también las encrucijadas morales en las que se ven inmersos la mayoría de los personajes. ¿Podía haber sido mejor? Sí, pero, también podía haber sido un desastre.

Mucho se ha hablado también de la “resurrección” cinematográfica de Johnny Depp con este papel con el que parece haberse redimido ante una parte de la crítica y del público. Creo que tanto entusiasmo obedece sencillamente a que ha habido un cambio de registro, nada más. A mí, sinceramente, me canta un poco en la piel de peligroso mafioso psicópata. Fundamentalmente porque para que brille la estrella, a Bennedict Cumberbacht o a Joel Edgerton se les ha obligado a brillar un poquito menos.