Pues es posible que, como dicen en esta película, las matemáticas estén por todas partes y exista un orden numerológico que rija el orden del universo, pero ya podían habérmelo explicado un poco mejor y más claro. Yo es que soy de letras y todas esas cosicas se me escapan un poco. Juro que no es coña que el tema me parece apasionante, pero lo dicho si se trata de quitarnos la ilusión y decirnos que todo se reduce a los números y no hay nada sometido al azar ya se podían haber andado con algo más de cuidado, que digerir estas cosas lleva su tiempo.

Darren Aronofski dirige esta desconcertante historia a medio camino entre el relato kafkiano, el experimento underground y el videoclip hiphopero. El espectador, obligado a no bajar la guardia en ningún momento para no perderse, experimenta un sinfín de sensaciones a lo largo del metraje y cambia de estado de ánimo con la misma celeridad con la que un Ferrari sube de 0 a 100. Hay momentos en los que se irrita, se agobia, se angustia y se acuerda mucho pero que mucho de la madre de Aronofski; otros en cambio consigue zambullirse en la paranoia del protagonista y acaba sintíendose atrapado en la prisión en la que queda convertido su cerebro.

Fascinante y caótica, y si de dar y recibir estímulos se trata Pi llega incluso a ser estimulante. Lo malo es que te vas de vacío sin sacar mucho en claro. Si la alternativa a los tratados de Leibniz y Espinoza es esto, mal vamos. Habrá que continuar manteniendo la fe y seguir buscando la luz en otra parte.