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Voto de Migue Muñoz:
10
Comedia En una pequeña ciudad provinciana, a unas burguesas ociosas se les ocurre la idea de organizar una campaña navideña cuyo lema es: "Siente a un pobre a su mesa". Se trata de que los más necesitados compartan la cena de Nochebuena con familias acomodadas y disfruten del calor y el afecto que no tienen. Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero surge un problema que le impide centrarse en su trabajo: ... [+]
2 de diciembre de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luís García Berlanga poseía en sí mismo una cosmovisión penetrante de la coyuntura que le había tocado vivir; practicándola en pantalla desde la conjugación de la sátira, lo grotesco y una mala leche estrepitosa y fina al mismo tiempo. Dotado del sentido del humor (Plácido es su más contundente ejemplo) hace respirar comedia y amargura trágica a partes iguales: te desternillas y al volver te quedas frío, te engatusa y la crueldad inherente en el fondo resulta ser un bramido que desvela tal encantamiento.

El primitivo título de la película que nos ocupa: Siente un pobre a su mesa, explicitaba a más no poder todo el tinglado que enmascara el humanismo (intentando desintoxicarse del cinismo inherente del crítico social) propio de la obra berlanguiana: siempre pegada a tierra y a nuestros errores más comunes -vanidad, egocentrismo, intolerancia, falsedad, apariencias, felicidad, violencia- que son sugeridos y remarcados en nuestro subconsciente de espectador como mea culpa silencioso.

Bajo ese eslogan de acto benéfico que resulta ser el subtítulo comentado anteriormente, se nos introduce en un marco provinciano (los maestros que airearon el cine español de la segunda mitad del siglo XX, bien sabían que la ciudad de provincias era un teatro de innumerables posibilidades tragicómicas para mostrar quiénes habíamos sido, éramos y somos) así como un territorio para la comedia y el realismo más condescendiente de patética verdad.

Si cinco años antes (con Los jueves, milagro) el director valenciano había destapado la farsa con una trascendencia mucho menos cercana y tangible, en Plácido, Berlanga sintetiza la aguda crítica social y concentra prodigiosamente los hilos, manejos y maniobras con halo de improvisación, deformándose absolutamente todo cuando la síntesis y el clímax se esconden bajo la inquietante escena del pobre agonizando en casa de un ex-republicano.

Si en la obra maestra del teatro de Valle-Inclán, Luces de bohemia, resulta patético que un ciego (Max Estrella) sea el más clarividente, en Plácido resulta igual de esperpéntico que el más honrado, el que parece sosegar, aliviar y ayudar incansablemente a todos los “animales” perdidos en su propia vorágine cegadora de ego y vanidad, sea el que más necesite.

A visionar, recuperar, revisionar, repetir, reincidir, insistir, y volver a ella siempre que sea necesario. Por algo, seguramente podría ser cuñada, sin ningún tipo de atrevimiento suicida, como la mejor película del cine español.
Migue Muñoz
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