Mítico largometraje por el que John Waters se convirtió en referente mundial y le permitió sentarse en ese lugar habitualmente reservado para los mejores. Y lo logró gracias a esta película iconoclasta, deliberadamente tosca y soez, grosera, sucia, inmunda, de mal gusto y sin un ápice de glamour.
Además hay que señalar que la interpretación es mediocre, la dirección artística insuficiente y la película, en general, no resiste un crítica seria.

Pero cutre como es, representa una curiosidad que hay que ver porque desde hace muchos años se ha erigido en símbolo y representa un reto para esa parte obscena que todo espectador lleva dentro y que a veces no se atreve a confesar.
Al menos aquí no se engaña a nadie. La película sirve para que los ojos castos y espantados cometan un exceso al menos una vez en la vida.
Aunque desde el punto de vista cinematográfico su valor es nulo.