Gracias a la capacidad del guión para sacar punta a las situaciones y conseguir una y otra vez diálogos y momentos hilarantes, Pierre Salvadori saca un partido inmenso a una historia no demasiado atractiva y que fracasa en cualquier intento de profundizar o cuajar como conjunto meramente atractivo. Audrey Tatou es una empresaria peluquera que, para tratar de animar a su deprimida madre, Nathalie Baye, añorante del marido infiel que la ha abandonado, le manda una copia de una carta de amor anónima que ella misma ha recibido. La estratagema tiene tanto éxito que Tatou se decide a escribir y seguir mandando nuevas cartas y luego a pedir a su empleado de mantenimiento, el guapo mulato Sami Bouajila, que finja ser el enamorado y salga a cenar con su madre, sin saber que el hombre es precisamente el autor de la primera carta y que la propia Tatou era la inspiradora. Con tan poca ambición, el ingenio de los guionistas hace el milagro de que la película no resulte demasiado boba hasta muy cerca de su final.