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Voto de Lucho Garmán:
10
![](https://filmaffinity.com/images/myratings/10.png)
6,8
32.220
Drama. Ciencia ficción
Justine (Kirsten Dunst) y su prometido Michael (Alexander Skarsgård) celebran su boda con una suntuosa fiesta en casa de su hermana (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado (Kiefer Sutherland). Mientras tanto, el planeta Melancolía se dirige hacia la Tierra... (FILMAFFINITY)
24 de enero de 2017
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Finalmente, Lars Von Trier ha dejado de creer en sus propios postulados. Su cine sigue siendo diferente al del resto de los mortales, eso es cierto; pero sus ultimas películas demuestran que el cineasta danés ha dado, en cierto modo, su brazo a torcer en cuanto a lo que se refiere a la utilización de los –en otras manos denostados– efectos especiales. Y digo bien: en otras manos; porque la elegancia y el "savoir faire" de Trier en lo que se refiere a la puesta en escena y al uso de los artificios en este film merecen una ovación explicita y más que merecida. El título de la crítica es una obviedad; hace ya un tiempo que este director dejó a un lado el cumplimiento de algunas de las bases fundacionales del famoso movimiento experimental Dogma 95. Al fin y al cabo, como ocurre con la mayor parte de los movimientos rompedores y regeneracionistas, los avances y la demanda de este tipo de recursos se presentan casi obligatorios como ornamento en la mayoría de las películas actuales.
Eso sí, cada cual los utiliza de una forma abismalmente diferente; tenemos por un lado la sanguinolencia y la explicitud de Tarantino; por otro la artificialidad y la abundancia de directores como Spielberg y Nolan; el desconcierto y la psicodelia de Lynch o Stone; la eficiencia y la técnica de Kubrick o Scorsese. El caso de Lars Von Trier va a parte: Puede envolverte con la majestuosidad y la atmósfera que crea gracias a la presencia del poderoso planeta Melancolía hasta hacerte mirar por tu propia ventana esperando verlo a través de las nubes, mientras se aproxima hacia ti lentamente. Puede, también, hacerte creer que te están mutilando los genitales con diversas herramientas de bricolaje y provocarte un dolor testicular severo a la vez que te llevas las manos a dicha parte para cerciorarte de que todo está en su lugar correspondiente. Este tipo es así, radical y genial, en todos los sentidos. Aceptémoslo, al Dogma 95 ya no hay quien lo salve; pero mientras el bueno de Trier pague el precio de su traición ideológica con semejantes producciones, yo me conformo.
Dejando a un lado la musicalidad escenográfica de Melancolía, la suprema calidad de los demás aspectos de la cinta no se queda atrás. ¿Conocéis esa extraña e incomoda sensación que surge cuando te encuentras con alguien a solas y no sabes muy bien de qué hablar? ¿Cuando relajas el esfínter en un ascensor repleto de gente y es demasiado evidente de que eres culpable? ¿Cuando te acercas a alguien por la espalda pensando que es tu colega y, a la vez que le abofeteas la coronilla, te das cuenta de que no es tu colega? ¿Cuando durante una conferencia de prensa en Cannes afirmas que comprendes a Adolf Hitler? Bien, podría seguir mencionando situaciones extremadamente incómodas y no llegaría jamás a igualar la sensación que me ha invadido durante la mayor parte del visionado de esta cinta. Pero bueno, alguien que esté familiarizado con el cine de Lars Von Trier o que conociese el título de la trilogía a la que pertenece "Melancolía" podría suponer que no se iba a tratar de una experiencia agradable. Esto es, a la vez, lo que atrae tanto la expectación de las películas del danés; además, y para hacerlo todo aún más bizarro, te introduce en la acción de la mano de una pareja de novios dispuestos a protagonizar lo que se supone es uno de los momentos más importantes y felices de la vida de cualquier ser humano. Qué astuto eres, Lars... Una ceremonia con apariencia modélica acaba desembocando en un microcosmos de tensiones familiares, matrimoniales, profesionales y, finalmente, existenciales.
Los personajes se diluyen poco a poco entorno a aquel que interpreta la bellísima y prodigiosa Kirsten Dunst, que evoluciona e involuciona de forma desconcertante tanto en la primera como en la segunda parte de la película, pero siempre manteniéndose en sus pilares. Una primera parte que me ha resultado algo más densa y gris, aunque básicamente debido a que su complejidad argumental la arrastra en ciertas ocasiones a la ambigüedad. La concisión de la segunda parte, que se centra más en el personaje que interpreta Charlotte Gainsbourg, resulta más atractiva a ojos del espectador, con el aliciente de la virtuosidad técnica de Trier a la hora de maravillar con las imágenes del gigantesco planeta azul acercándose a la tierra, acompañado en todo momento de la sinfonía de Richard Wagner. Nombro, obviamente, los dos personajes que vertebran el guión y que representan en definitiva dos arquetipos que se plasman en la pantalla de forma circular y perfecta, pero que a la vez son de una complejidad enorme.
Eso sí, cada cual los utiliza de una forma abismalmente diferente; tenemos por un lado la sanguinolencia y la explicitud de Tarantino; por otro la artificialidad y la abundancia de directores como Spielberg y Nolan; el desconcierto y la psicodelia de Lynch o Stone; la eficiencia y la técnica de Kubrick o Scorsese. El caso de Lars Von Trier va a parte: Puede envolverte con la majestuosidad y la atmósfera que crea gracias a la presencia del poderoso planeta Melancolía hasta hacerte mirar por tu propia ventana esperando verlo a través de las nubes, mientras se aproxima hacia ti lentamente. Puede, también, hacerte creer que te están mutilando los genitales con diversas herramientas de bricolaje y provocarte un dolor testicular severo a la vez que te llevas las manos a dicha parte para cerciorarte de que todo está en su lugar correspondiente. Este tipo es así, radical y genial, en todos los sentidos. Aceptémoslo, al Dogma 95 ya no hay quien lo salve; pero mientras el bueno de Trier pague el precio de su traición ideológica con semejantes producciones, yo me conformo.
Dejando a un lado la musicalidad escenográfica de Melancolía, la suprema calidad de los demás aspectos de la cinta no se queda atrás. ¿Conocéis esa extraña e incomoda sensación que surge cuando te encuentras con alguien a solas y no sabes muy bien de qué hablar? ¿Cuando relajas el esfínter en un ascensor repleto de gente y es demasiado evidente de que eres culpable? ¿Cuando te acercas a alguien por la espalda pensando que es tu colega y, a la vez que le abofeteas la coronilla, te das cuenta de que no es tu colega? ¿Cuando durante una conferencia de prensa en Cannes afirmas que comprendes a Adolf Hitler? Bien, podría seguir mencionando situaciones extremadamente incómodas y no llegaría jamás a igualar la sensación que me ha invadido durante la mayor parte del visionado de esta cinta. Pero bueno, alguien que esté familiarizado con el cine de Lars Von Trier o que conociese el título de la trilogía a la que pertenece "Melancolía" podría suponer que no se iba a tratar de una experiencia agradable. Esto es, a la vez, lo que atrae tanto la expectación de las películas del danés; además, y para hacerlo todo aún más bizarro, te introduce en la acción de la mano de una pareja de novios dispuestos a protagonizar lo que se supone es uno de los momentos más importantes y felices de la vida de cualquier ser humano. Qué astuto eres, Lars... Una ceremonia con apariencia modélica acaba desembocando en un microcosmos de tensiones familiares, matrimoniales, profesionales y, finalmente, existenciales.
Los personajes se diluyen poco a poco entorno a aquel que interpreta la bellísima y prodigiosa Kirsten Dunst, que evoluciona e involuciona de forma desconcertante tanto en la primera como en la segunda parte de la película, pero siempre manteniéndose en sus pilares. Una primera parte que me ha resultado algo más densa y gris, aunque básicamente debido a que su complejidad argumental la arrastra en ciertas ocasiones a la ambigüedad. La concisión de la segunda parte, que se centra más en el personaje que interpreta Charlotte Gainsbourg, resulta más atractiva a ojos del espectador, con el aliciente de la virtuosidad técnica de Trier a la hora de maravillar con las imágenes del gigantesco planeta azul acercándose a la tierra, acompañado en todo momento de la sinfonía de Richard Wagner. Nombro, obviamente, los dos personajes que vertebran el guión y que representan en definitiva dos arquetipos que se plasman en la pantalla de forma circular y perfecta, pero que a la vez son de una complejidad enorme.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Justine, por un lado, representa el carácter nihilista e indiferente ante la proximidad de la tragedia; se deja entrever una especie de simbiosis entre su personaje y el planeta Melancolía. Este nombre no es una burda casualidad: si buscamos la definición de dicha palabra, vemos que su significado hace referencia al estado de tristeza permanente como resultado de causas tanto morales como físicas. Una clara metáfora del resultado final que resulta de la constante evolución del personaje de Justine, interpretado por Dunst. Seguro que a todos nos han formulado esta pregunta alguna vez en nuestra vida: ¿Le temes a la muerte? Y aunque algún que otro intento de Superhombre niegue la mayor ante esta crucial interrogante, seguro que llegado el caso de un hipotético Apocalipsis amenizaría sus últimos instantes de vida con una copa de vino, acompañándose de alguna melodía tranquilizante que le hiciese evadirse de su responsabilidad, sin poder eliminar en absoluto la sensación de desamparo y finitud. Todos, al fin y al cabo, somos Claire. Nos consuela cualquier palabra que salga de la boca de un falso profeta, siempre y cuando se nos asegure nuestra continuidad, nuestra existencia.
Colmamos nuestro paso por la tierra de ceremonias en las que solo importa el dinero, lo material y todo aquello que nos aísle y que no nos haga pensar en la crueldad de la vida terrestre. La trivialidad: Intentamos adivinar constantemente cuantas piedrecitas pueden haber dentro de una botella de cristal. Resulta inquietante y curioso a la vez que sea Justine, la misma que adquiere una conciencia plena de esta trivialidad al final de la trama, la que conozca el número exacto de piedrecitas que contiene la botella; mientras que, por ejemplo, Claire acaba despreciando el resultado del concurso y Michael, el marido de Justine, aventure un resultado completamente imposible cuando se le pregunta sobre su suposición.
Lars Von Trier se dedica a sembrar esta película de carácter apocalíptico con una serie de pequeños detalles que hacen que la cinta adquiera un trasfondo puramente metafísico que encandila a todos aquellos que nos ponemos en sus manos y no nos importa ser las marionetas de un tipo que se atreve a diseccionar la compleja naturaleza humana con sus películas. Por otro lado se encuentran aquellos que se sienten demasiado importantes como para ser violentados por una "paja mental" de un director que, para ellos, es un loco con delirios de genio que no tiene otro objetivo que no sea el de tomarles el pelo.
Colmamos nuestro paso por la tierra de ceremonias en las que solo importa el dinero, lo material y todo aquello que nos aísle y que no nos haga pensar en la crueldad de la vida terrestre. La trivialidad: Intentamos adivinar constantemente cuantas piedrecitas pueden haber dentro de una botella de cristal. Resulta inquietante y curioso a la vez que sea Justine, la misma que adquiere una conciencia plena de esta trivialidad al final de la trama, la que conozca el número exacto de piedrecitas que contiene la botella; mientras que, por ejemplo, Claire acaba despreciando el resultado del concurso y Michael, el marido de Justine, aventure un resultado completamente imposible cuando se le pregunta sobre su suposición.
Lars Von Trier se dedica a sembrar esta película de carácter apocalíptico con una serie de pequeños detalles que hacen que la cinta adquiera un trasfondo puramente metafísico que encandila a todos aquellos que nos ponemos en sus manos y no nos importa ser las marionetas de un tipo que se atreve a diseccionar la compleja naturaleza humana con sus películas. Por otro lado se encuentran aquellos que se sienten demasiado importantes como para ser violentados por una "paja mental" de un director que, para ellos, es un loco con delirios de genio que no tiene otro objetivo que no sea el de tomarles el pelo.