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España España · Valencia
Voto de Damian:
8
8,4
4.104
Documental "Shoah" ("aniquilación" en lengua hebrea) es una revisión de la memoria del Holocausto en primera persona. Las víctimas, los testigos, todos aquellos que vivieron el horror y pueden, obligándose a recordar, devolver al presente una realidad que no debe caer en el olvido. (FILMAFFINITY)
30 de julio de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Shoah, el documental de Claude Lanzmann, tiene la poco usual duración de nueve horas y media, y no muestra ni una sola imagen de horror: ningún niño con las manos en alto, ni viejos suplicantes, ni cuerpos escuálidos, como tampoco fosas entreabiertas, montañas de cadáveres, esvásticas, uniformes, multitudes, música marcial, apariciones del Führer. Ningún espectáculo que nos haga gozar sin riesgo lo absoluto del poder y del peligro, o la fascinación de la muerte infinita.

Ni imágenes de archivo, ni reconstrucción. Sólo paisajes actuales, rostros actuales, palabras actuales. La sobriedad más digna para tratar lo más indigno. Un documental insólito que no recurre a las filmaciones o fotos de archivo, ni a los uniformes de época, que no nos introduce en el presente del Desastre y se empeña en tratar la abyección sin mostrarla directamente. Si es privilegio del cine poder mostrar imágenes de época, ¿por qué privarnos de ellas? Si el cine puede hacer ver lo que ya fue como siendo ahora, presentificar el pasado como si fuese presente y hacernos sumergir en dicho pasado, sea el de Espartaco o el de Auschwitz, ¿cómo justificar esta abstinencia iconográfica de Lanzmann?

Ahí donde comienza la película de Lanzmann, en esa ética que consiste en rechazar el movimiento de cámara estetizante y exhibicionista, por el cual todo aparece, todo se ve, todo se toca, todo se entiende. Por el cual entramos donde nunca estuvimos y por mandato cinematográfico vivimos lo que los otros vivieron, y en esa proximidad promiscua con la abyección y el pasado, en el fondo todo es equivalente y una imagen vale por cualquier otra puesto que al final todo es imagen. Mundo pleno del déja vu en que todo es visible y tangible y comprensible, por lo tanto posible.

“Me gustan los filmes que me hacen soñar, pero no me gusta que sueñen por mí”, decía el cineasta Georges Franju. Lanzmann parece aplicar esta ética y esta estética en su reverso, con todo el rigor y la ascesis que implican, como quien dice: esta historia necesita ser narrada en su inenarrabilidad, vista en su invisibilidad, para que el espectador pueda, dado el caso, no soñar, sino tener pesadillas, y tener pesadillas por cuenta propia. Existe un trabajo que le cabe hacer, por más que sea un trabajo condenado al fracaso. Esto se hace patente en una escena donde Lanzmann está interrogando al SS Untersturmfuhrer Franz Suchomel, subcomandante de Treblinka. La secuencia de las preguntas es más o menos esta: ¿Cómo era posible en Treblinka, en los días más agitados, “tratar” a dieciocho mil personas, liquidar a dieciocho mil personas? Llega un transporte: querría que me describiese, con la mayor exactitud, el proceso completo en uno de esos días. ¿Cuántos alemanes había en la rampa? ¿Y cuántos ucranianos? ¿Y cuántos judíos del comando azul? ¿Y cuánto tiempo entre la rampa y la operación de desnudarlos? ¿Cuántos minutos? ¿Puede describir con exactitud ese “desfiladero” por donde se era conducido desde la rampa hasta la cámara de gas? ¿Cómo era? ¿Cuántos metros tenía? El sendero era llamado “Camino del Cielo”, ¿no? Necesito imaginar. Ellos penetran en el sendero… ¿y qué sucede? ¿Completamente desnudos? ¿Por qué a las mujeres no les pegaban? ¿Por qué tanta humanidad, si de cualquier modo iban a la muerte?

En medio de esa batería de preguntas, al pedirle al SS que describa el sendero llamado “Camino del Cielo”, por el cual se llegaba a la cámara de gas, Lanzmann dice al pasar: necesito imaginar. Creo que reside en esta formulación simple todo el desafío del director de Shoah. No dice “sé”, no dice “vi”, no dice “imagino”, no dice “entendí”. Lo dice en la forma de un imperativo para sí mismo cuya imposibilidad atestiguamos seguidamente, necesito imaginar, esto es, no puedo escapar a esta compulsión, pero tampoco puedo realizarla. Imaginar lo inimaginable: es lo que esta película revela tan imposible como inevitable.

Frente a la compulsión de imaginar todo, Lanzmann se rehúsa a ofrecer imágenes sobre todo aquello, a no ser paisajes de hoy, rostros de hoy, charlas de hoy. Es necesario imaginar, pero sin disponer de imágenes, como si imaginar todo aquello sólo fuese posible a partir de un grado cero de la imagen. Imaginar lo inimaginable sustentándolo en tanto inimaginable. Éste es el desafío paradójico lanzado por Lanzmann. En caso de que se pusiesen imágenes para que imaginásemos lo inimaginable, se estaría transformando lo inimaginable en imágenes, en imaginable, o sea, en visible, articulable, mensurable, comprensible, hasta explicable. En suma, en tolerable.

Lo que Lanzmann nos da, entonces, son los elementos más pobres, más despojados: palabras, rostros, piedras, prados. Lanzmann dice que toda su película transcurre en el presente. Es el presente de los campos lo que él filma, con sus flores, bosques, piedras, descampados. Es el presente incesante de los trenes, es el presente de los hombres y mujeres entrelazando sus discursos en alemán, inglés, polaco, hebreo, francés. Todo aquí es presente. Todo es presente, y sin embargo, se supone que se trata de una catástrofe pasada, de una devastación pretérita.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Damian
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