Echo de menos esas películas de una corta duración que van directas al grano, bien realizadas, seguras de sí mismas, sin complejos y que acaban enamorando al espectador por su concisión y trabajo bien realizado. Son auténticas joyas. Tal es el caso de “Wichita”.

Efectivamente, “Wichita” es puro cine. Una de las películas más serenas que pueden verse. Todo va aconteciendo de manera inexorable, pero sin prisa. Una aproximación a Wyatt Earp, antes de convertirse en sheriff legendario, y cómo su dignidad y sus férreos principios van moldeando su carácter. Espléndida cómo está contada esa evolución.
La sabia mano de Tourneur consigue que un western a priori modesto, con medios más bien escasos, no repercuta en el resultado final, gracias a su buen hacer.

Joel McCrea realiza una soberbia interpretación de un hombre cuya única intención es abrir un negocio en una ciudad próspera, en crecimiento. Ya antes de llegar a Wichita sufre el primer encontronazo cuando dos esbirros intentan robarle. Una personalidad que se va moldeando a golpes de corrupción contra él. Sobrio y decidido. Quizá el punto flojo del film es una Vera Miles, en un rol demasiado tradicional, aunque es muy bonita la escena entre ellos en el picnic.

Luego está la lectura de ese crecimiento, del progreso (el ferrocarril) a toda costa, pasando por encima de la ley y la moral, intentando comprar voluntades, cuando por esa variable pasan las armas y su prohibición, un debate del que ya se hacía eco con una tremenda perspectiva Jaques Tourneur y que sigue vigente en pleno siglo XXI. Muy, muy interesante y visionario.

En el plano técnico resulta más que agradable una magnífica fotografía en CinemaScope, con un colorido delicioso.

En definitiva, una obra semi-desconocida muy recomendable dentro del género del western, muy a tener en cuenta.