Veo la cuarta película de la franquicia de Parque Jurásico, "Jurassic World", dirigida por Colin Trevorrow y producida por Steven Spielberg. Y, disfruto de su frenético sentido de la composición (el guión tiene ingeniosos destellos), de su riqueza estética, de las escenas tensas y deslumbrantes (valiente papel -netamente spielbergiano- de los niños en la aventura metidos en un vehículo esférico, el ataque de los pterosaurios,...) y de los deslumbrantes guiños (me emociona oir la música de la franquicia, ver las puertas o el merchandising de la primera película y me sorprende la primera escena de la pata del pajarito). Al film, que cuenta con unos efectos especiales fabulosos y una trepidante acción, sólo puedo reprocharle la mala resolución de la escena de las constantes vitales -tan explotada en el cine norteamericano- del equipo de contención y su apagado a medida que van siendo atacados por la Indominus y la falta de química entre la pareja protagonista (no me termina de convencer Chris Pratt como héroe y no comprendo por qué el personaje de Bryce Dallas Howard resulta tan acartonado").