Ha vuelto el rey del mundo. Y lo ha hecho a lo grande. Después de largos años de paciente espera en pos de unos avances tecnológicos lo suficientemente avanzados que le permitieran hacer realidad su universo soñado, el cineasta canadiense nos presenta esta apabullante historia de reminiscencias ecologistas con la que se dice ha reinventado el cine. Quizás esta afirmación pueda parecer demasiado osada, pero después de haber tenido el inmenso placer de experimentar sensaciones tan extraordinarias en una sala cinematográfica, puedo afirmar sin riesgo a equivocarme demasiado que James Cameron ha abierto un nuevo camino en el cine de entretenimiento. El concepto del cine en tres dimensiones cobra con este film su justificación más absoluta. Estéticamente se podría decir que roza la perfección. El cuidado que se ha puesto en los detalles merece toda admiración. La pena es que todo el esmero empleado en la parte técnica y visual no se vea correspondido con un guión más trabajado, más acorde con el excelente trabajo técnico. Así pues, tan impresionante lienzo se pone al servicio de una historia con escasa originalidad y personajes planos (ya se sabe, los buenos, muy buenos y los malos, muy malos). Una auténtica pena, porque de haber acertado mínimamente en este apartado, estaríamos hablando de una obra maestra absoluta.

Así pues, Cameron da un paso adelante y pone el listón muy alto en este género cinematográfico. Las comparaciones con filmes venideros serán pues tan odiosas como inevitables. Lo que parece claro es que él ha marcado el camino a seguir. En un momento en que la industria del cine parece en la obligación de reinventarse para poder competir con las cada vez más múltiples propuestas de ocio, películas como Avatar se vislumbran como los nuevos cebos que puedan conseguir que el público llene las salas. Bienvenidos a un nuevo concepto de espectáculo. Póngase cómodos y disfruten.