Lo primero que sorprende en “Caníbal” es lo primorosamente rodada que está, aprovechando con inteligencia los escenarios naturales, la nieve o la lluvia, los sonidos, la radio, los silencios, componiendo un universo sonoro que suple la falta diálogos o la música incidental. No es “Caníbal” una película típica y quizás por ello muchos espectadores se sentirán desconcertados (al borde del aburrimiento). En “Caníbal” no importa el efectismo sino las personas y los elementos con que interactuan. El mejor ejemplo es la manera en que se descuartizada a la primera víctima o como el caníbal prepara la carne, la cocina y la come. Todo absolutamente normal, rodado con naturalidad, sin estridencias ni vísceras, diciéndonos desde el primer momento que el monstruo es humano e incluso puede llegar a ser aburrido. Desde el primer momento el director nos avisa que lo importante de “Caníbal” no es la historia de un sastre que mata y devora a mujeres sino sino la historia de una persona gris (que además es un caníbal). Y todo eso lo consigue gracias a una inteligente interpretación de Antonio De La Torre que huye de efectismos o de malos de libro y compone prodigiosamente un personaje creible en su mayor parte, el perfecto vecino, nuestro tio, nuestro sastre… viendo a Antonio De La Torre uno cree que cualquiera puede ser el caníbal que está esperando para asesinarnos y devorarnos. El personaje está perfectamente compuesto tanto en la escritura como en la reescritura de el que hace el actor. ¿Y el mensaje? El auténtico mensaje de “Caníbal” es como alguien puede suplir su incapacidad de amar a una mente, amando su carne y como incluso los monstruos pueden acabar enamorándose. Es decir, que lo blanco no siempre es blanco y lo negro no siempre es negro. El mundo está repleto de grises, como el gris protagonista de este “Caníbal”, una película que aburrirá a algunos pero también enganchará a muchos. Una lección de buen cine.