Eso es lo que se pregunta aburrido Coburn Thompson (Spencer) acosado por Sony Bronson (Palance), empeñado este en casarlo con su hermana Mary para luego matarlo. Ahí está todo el meollo de la trama, en la que luego se mezcla para alargarla un poco y darle metraje Franciscus (Rabal), sheriff y predicador de Westland; un chalado (o no tanto) que probando la tierra conoce la que procede de pozos de petróleo; y un niño repipi, Chipp, que acaba siendo el propietario del yacimiento con la ayuda de Coburn.
El resto es comer como cerdos, o contemplar cerdos auténticos comiendo y paseándose por el saloon del pueblo mientras las señoritas bailan en el escenario. Todo en un ambiente de lo más almeriense e hispanoitaliano donde, una vez más, vemos que gastan estrellas de sheriff tamaño XXL.
Un abuelo que muere de infarto, un cuello roto de un mamporro que "endereza" un "doctor" a las bravas para recomendar luego "fumigaciones y cataplasmas hirvientes", son las únicas escenas de tono sanitario.
La cinta es tan mala que el montador no se toma ni siquiera la molestia de meter una misma escena en dos sitios diferentes. Naturalmente en uno de ellos no pega ni con cola. Ni la interpretación se salva. Menos mal que al final se acaba. Ya desesperábamos de que ocurriera.