Siete jugadores de póker a altas horas de la noche. "Solo hay una cosa peor que un tramposo y es un tramposo torpe". Aun hay otra todavía peor, añadimos nosotros, ser forastero. Desenlace, la horca.
Espeluznante la escena balanceándose en la soga en una toma cenital con los reflejos de un charco como fondo.
A los pocos días llega gente de fuera en la diligencia, "Si hay algo que no me gusta son los forasteros". El reverendo Rudd (Mitchum) que se maneja mejor con la pistola que con la Biblia, y Lilly Langford (Stevens) con sus señoritas que "atienden" un salón de barbería.
El caso es que uno a uno van cayendo los linchadores, todos asfixiados en un cubo de harina, en alambre de espino, colgado de la cuerda de la campana de la iglesia, sumergido en el agua ... Casí como luego veremos en "El nombre de la rosa".
Porque se trata de un western con su punto de intriga y suspense, que nos mantiene en vilo hasta conocer al responsable de las muertes. Así hasta que solo queda el que incita al linchamiento, Nick Evers (McDowall), y el que intenta evitarlo, Van Morgan (Martin).
Una historia original y un buen guion que nos tiene en todo momento bien atentos, mezclado con una historia romántica un poco sosa.
Realización ágil y dinámica que muestra personajes interesantes. Especialmente Nick, un chico de mal genio enfadado con el mundo, y Mamá Malones, la cantinera, una mujer de personalidad que nos introduce en el mundo de su negocio.
Porque la vida es un poco como el póker, "Unos suben la apuesta, otros la cubren y otros se limitan a pasar".
Mientras tanto los espectadores asistimos encantados a la función. No se la pierdan.