Vamos a empezar por el balance final de los muertos. De siete magníficos que se embarcan en la aventura de eliminar de un pueblo de agricultores mejicanos una banda de ladrones, cuatro se quedan enterrados en su cementerio. Más de la mitad, así que casi habrá que hablar de drama con tanto protagonista muerto.
Las reseñas en general oscilan entre el 7 y las máximas calificaciones, nada decimos de las más bajas puntuaciones ya que nunca falta quien desea llamar la atención por ahí. Tampoco queremos hablar de samurais pues cada cinta es cada cinta. Y esta, para nosotros, es excelente por todo (guión, dirección, interpretación, ritmo y, por supuesto, banda sonora).
Después de tantas reseñas como ha merecido, nos conformaremos en esta con el consejo que el anciano del pueblo les da a sus acobardados vecinos sobre la necesidad que tienen de enfrentarse de frente a los problemas: "¡Luchar! Aprender [a matar] o morir", o cuando les dice "Si Dios no los quisiera trasquilados, no los hubiera hecho borregos". El argumento que alguno de los magníficos utiliza para justificar a sus colegas los pobres honorarios que iban a recibir por el trabajo: "Me han ofrecido mucho por mi trabajo, pero nunca todo".
Película de valientes y de cobardes, de hombres con y sin honor, de generosidad y de egoísmo, de altruismo y de mezquindad. Pero también de búsqueda del sentido de la vida en los pistoleros a sueldo cuando hacen el balance final de su existencia, sin olvidar el aspecto antropológico de las fiestas con sus toros de fuego y sus ancestrales danzas con máscaras indígenas.
En lo sanitario la presencia en Bud Hill de una tienda de "Drugs & Medecines", una alusión a la sarna que no puede rascarse o los terrores nocturnos que sufre uno de los magníficos como consecuencia de una crisis nerviosa, y es que al final "solo los muertos no tienen miedo".
Por todo esto y por muchas cosas más, uno de los mejores westerns de la historia del cine.