En 1982 el venerado Tobe Hooper realizó, bajo la batuta de Spielberg en la producción, uno de los filmes clave del cine de terror y fantástico de los ochenta. Hollywood evidencia su desgaste en el género con otro innecesario remake que, aunque realizado con buena factura, pierde la esencia y la fuerza del clásico de los ochenta.

El discurrir del filme es exactamente el mismo que la original, venerando la evolución y construcción del filme original, y buscando recuperar la magia de muchos de sus momentos más icónicos. Lo peor de todo esto es que en los tiempos digitales que nos acompañan, la fuerza del filme de Hooper y Spielberg pierde credibilidad y sentido en este remake, siendo una cinta con cierta ilógica más allá del propósito comercial.

Gil Kenan dirige con un buen oficio y se lleva con él a un desaprovechado reparto lleno de talentosos nombres como Sam Rockwell y Rosemarie DeWitt junto al médium paródico interpretado por Jared Harris, Aún así, es digna de mención la incursión de elementos como la tecnología dron o momentos de mayor efectismo más o menos eficaces con los modernos efectos visuales.

La industria nortemaericana vuelve a dejarnos otro remake de un filme de terror icónico, flojo en carácter y sin el espíritu que convirtió al filme original en uno de los más recordados del género en los años ochenta.