Cuando uno acude al cine con las expectativas no bajas, más bien bajísimas, el resultado final en muchas ocasiones resulta completamente contrario a lo esperado.
Volver a reencontrarnos con este mágico cuento y nada menos que de la mano de Christophe Gans a priori podría causar gran inquietud.
Director eminentemente visual donde los haya, y desaparecido de la escena desde la década pasada, nos trae una adaptación más que curiosa de esta historia que tiene como precedente esa incuestionable obra maestra producida por Disney en los noventa.
Y es en ese punto formal y preciosista donde la visión de Gans vuelve a ganar con gran fuerza, plantando cara a cualquier acercamiento similar realizado por los grandes estudios de Hollywood.
El director es un gran creador de universos fantásticos, ya lo demostró con creces con su visión histórica del caso de la bestia de Gévaudan en “El pacto de los lobos” y su acercamiento al mundo de los videojuegos en la aburrida “Silent Hill”. Y en esta ocasión no lo es menos.
Ambiente gótico de aires crepusculares que harían palidecer al mismísimo Tim Burton, y escenas poderosísimas como la del hielo o los impecables flashbacks con la vida del protagonista y su cacería del ciervo dorado.
La presencia siempre gratificante de Vincent Cassel se une a la de Léa Seydoux, una de las inolvidables protagonistas de “La vida de Adéle”, en un conjunto que funciona muy bien, pero que lamentablemente se ve empañado con algunas concesiones infantiles fuera de lugar, véase por ejemplo esas criaturas perrunas, bastante mal animadas.
No tendremos candelabros ni teteras que cantan, pero sí un acercamiento al cuento muy a tener en cuenta.
Y atención a la banda sonora, todo un descubrimiento el de Pierre Adenot, seguiremos sus próximos trabajos.