Neil Jordan ha intentado devolver a las criaturas vampíricas por el camino del cine de autor y la decencia cinematográfica, tras encontrarse en los últimos años con una devaluación de su sentido original y primigenio.
Y se reencuentra además temáticamente con aquella ya lejana “Entrevista con el vampiro”, película impecable de este subgénero y de la que toma prestada muchos elementos en el contenido.
Y es que sin duda el personaje que interpreta Saoirse Ronan recuerda bastante a aquel de Kirsten Dunst, una joven anclada en la adolescencia y sin posibilidad de madurar como mujer.
El mejor punto a favor de Jordan es la sensación constante de estar viviendo un cuento visual, abandonando en parte el estilo gótico y rococó, pero manteniendo cierto aroma de aquello.
La película se presenta en su justa medida entre la narración bien servida y las imágenes de corte poético. Abusa en este concepto con planos preciosistas y en la voz en off de la protagonista, pero afortunadamente se queda en las puertas de presentar una obra aburrida. Y menos mal, ya que no hay nada que resulte más insoportable que la poesía filmada.
Aún así, su ritmo termina matando el conjunto tras una primera hora muy bien llevada, pero que se le va de las manos en su segunda mitad y el tedio amenaza con aparecer en más de una escena.
La historia gustará bastante a aquellos amantes del vampirismo desde el punto de vista interior y psicológico, pero cansará a otros que busquen entretenimiento y romanticismo, que aunque lo hay, se presenta de una manera muy soterrada.
Es una propuesta diferente que sin llegar a entusiasmar, se ve con agrado y nos recuerda a viejas glorias pasadas de su director.