Y lo consigue, aunque a veces recurra a golpes demasiado bajos. La historia no es la guerra en Bosnia (que va como telón de fondo) sino los sentimientos más profundos que habitan en el hombre y que hacen que el mundo gire al ritmo de la vida: el odio y el amor. No hay medias tintas, el director buscó llegar a los puntos más álgidos de éstos y logró tocarlos. Detenerse a hurgar en la exactitud cronología de los hechos históricos de la guerra no tiene sentido: están ausentes, siquiera se los tuvo en cuenta: cumplen un único fin: enmarcar la historia. Las actuaciones no son deslumbrantes, pero se sostienen, la geografía no busca los primeros planos, pero cumple su cometido. Se trata de contar sobre aquello que nos envilece convitiéndonos en bestias, o lo que nos ennoblece haciéndonos más humanos. No necesita ser creíble porque no apunta al intelecto, sino que va directo al corazón: por lo demás depende del espectador acusar recibo o no del impacto. Hay que rescatar la banda sonora: es sobrecogedora y acompaña muy bien al film. Recomendable para los que quieren ver una película simple pero cargada de los sentimientos más extremos.