Perdonen que me repita más que el ajo, pero cada vez en que le doy una oportunidad al cine español, siento una angustiosa sensación de déjà vu al constatar que, de nuevo, me han tomado el pelo. En esta ocasión, nos cuelan un gol vendiéndonos como película un documental inerte sobre un suceso tristemente famoso. Y encima, en esta ocasión, ni siquiera tenemos la triste excusa de esperar a ver si el filme termina de manera sorprendente.

Nos hallamos ante una mole de aburrimiento, una sucesión plana de escenas que no explican nada, un monumento a la autocomplacencia onanista del cineasta español y un despropósito más que insultante al séptimo arte, ése tan castigado en nuestro país por eternos hacedores de coñazos intragables. Aquí, lo de introducción, desarrollo y desenlace se lo pasan por el forro, se limitan a meter sin criterio alguno escenas rodadas con mucho tecnicismo y nada de inspiración, y mucha, mucha filfa y nadería argumentativa que da la razón a los que preferimos las hemerotecas o la lectura para informarnos de sucesos. Los únicos momentos algo soportables de la película son las coreografías bochornosas de las jenis de turno, cuando se ponen a cantar "Una rosa es una rosa" de Mecano, "Los amigos de mis amigas" de Objetivo Birmania y "Tractor amarillo", de los genios de Zapato Veloz, y esto es lo mismo que ir a una discoteca a ligar y que no te haga caso nadie...al final tienes que tirar el listón al suelo.

Y luego se preguntarán los motivos por los que la gente pasa del cine español... Bajen del firmamento y de las poltronas de la vulgaridad, señores cineastas, y pregunten a la gente. Que ya va siendo hora. Pero no sigan haciendo experimentos y matándose a pajas mentales a costa de mis impuestos.