Naomi Kawase busca en Hacia la luz el sentimiento propio dentro del ajeno. Ya que somos incapaces de ver más allá de lo que los ojos nos rebotan en el cerebro, necesitamos de otro para que seamos conscientes de que más allá de lo evidente hay un trasfondo más rico y jugoso. Digo todo ello para hacer la gracia, dado el argumento de la película. No.

Podría decirse lo mismo que digo si la película tratara sobre la búsqueda del sentimiento del chico ciego dentro de la chica efectivamente vidente. El caso es que no va por ahí la cosa. Y en este caso da la casualidad de que es la chica encuentra gracias al chico ciego. Más fácil de entender, desde luego. Aunque el chico ciego no es un ejemplo para nada, pero ese es otro tema, quizá de spoiler, pero aquí lo dejamos.

La chica encuentra una forma de entender la vida que difiere como de la noche al día a la que ella conoce. Es el chico ciego quien le abre los ojos. Ciego fotógrafo. Más vale interior que vista para hacer funcionar el obturador.

La chica pasa en un momento dado el protagonismo al chico ciego y el punto de vista de la historia permuta. Y se produce ese cambio de manera natural. Gran acierto el de Kawase, posiblemente el mejor acierto de la película. ¡Guión, guión!

Película, por otra parte, que se sigue con la esperanza de ver algo grande pero que nunca termina de alcanzar la expectativa. Casi peor que eso suceda a que desde un principio las miras sean más limitadas y lo notemos desde el comienzo. No sucede así porque Kawase lo quiere de esa manera, todo sea dicho de paso. Así pues le prendemos el guante y esperamos. No llega al nivel y la película se descuadra.

Admitimos la sensibilidad de Naomi y nos emociona el fotógrafo con-sin ojo. Pero. Ahí nos quedamos.