Lo peor que se puede decir de una película firmada por el siempre interesante Paul Thomas Anderson es que nunca más pienso verla. No se merece, ni de lejos, una segunda oportunidad.
Hay propuestas en el panorama de estrenos recientes como "Boyhood" o "Birdman" que tarde o temprano se merecerán esa segunda oportunidad, en la que puede que les vea los encantos que muchos enumeran o me mantendré en mi criterio por el que me he sentido decepcionado.
Pero el caso que nos ocupa, la última propuesta de uno de los directores mas importantes y rabiosos del cine norteamericano contemporáneo no se lo merece.
Ni me he reído, ni me ha resultado llamativa, ni estética. Sencillamente me he aburrido y no la he entendido para nada. Ni su voluntario desorden ni la excelente caracterización del anti-héroe que interpreta Phoenix me parecen rezones suficientes como para otorgarle más allá de un suficiente raspado, que para el nivel que debería alcanzar su autor, con toda la libertad y medios de que dispone, es un suspenso total.