A los que nos gusta las películas de amor, nos irrita profundamente que se prefabriquen productos para un sector de la población, especialmente femenina, con la intención presentar por creíble una historia más artificiosa que las mentiras de Colin Powell ante las Naciones Unidas.

Esta película tiene uno de los mayores catálogos de los noventa de frases estúpidas que se han escrito, por su nimiedad y carencia de contenido. Me sorprende aún más que algunos la critiquen por su trascendencia filosófica. Por favor, son conversaciones de grupo de borrachos a las seis de la madrugada saliendo del Pachá. Sin razonamiento, cultura, inteligencia y profundidad. Es lo que yo llamo pesudometafísica yankee adolescente, a la que podemos asistir en cualquier chat anglosajón a cualquier hora del día y de la noche.

Transcurre en Viena como podía transcurrir en Pamplona, aquello no tiene vida, les da igual, son los típicos niños bien -por mucho que quieran hablar de ciertos problemas- que se dedican a ser egocéntricos con sus pedazo de “reflexiones”. Creo que a veces la gente que le maravilla lo que dicen aquí, debería de escuchar a sus hermanos, al panadero o alguno que otro que pulula por FA porque dicen cosas más importantes. Debe ser que no son Ethan Hawke.

Quiero tocar el tema interpretativo. Si alguno se cree que ella y él están enamorados es que desde luego no tiene una escuela de teatro. No es que no haya química, es que parece que entre escena y escena no se dirigían ni la palabra. Señores y señoras, hay que ver más cine clásico romántico antes de encumbrar una imitación de tres al cuarto como esta.

Y entiendo que a muchos les guste, no se lo reprocho, cada vez hay más gente así, es decir, el típico viajero maleta. Hace diez años criticaba al turista de masas como elemento fagocitador de la sociedad. Hoy ya no, es mucho peor el “viajero trascendente”, aquel que se piensa que por llevar una mochila, no tener reservado un hotel y llevar un interrail y dos libros en el bolso es la leche. Tanto él como ella lo representan a la perfección. Por supuesto, como buen norteamericano no sabe nada, ni idiomas, ni historia, ni arte, ni urbanismo... de su periplo por Europa sólo sabemos que se aburrió mucho mirando a través de la ventana. Mi experiencia me dice que suelen ser gente que necesita salir fuera porque en su entono no es capaz de ligar ni con la hermana de la peluquera, conocí a algunos Erasmus españoles en Irlanda que no querían volver y lloraban el día de su regreso. Normal. La realidad no es para ellos.