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España España · Zaragoza
Voto de Paco Ortega:
8
Drama España franquista. Durante la década de los sesenta, una familia de campesinos vive miserablemente en un cortijo extremeño bajo la férula del terrateniente. Su vida es renuncia, sacrificio y y obediencia. Su destino está marcado, a no ser que algún acontecimiento imprevisto les permita romper sus cadenas. Adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes. (FILMAFFINITY)
15 de marzo de 2010
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un ejemplo perfecto de cómo se lleva al cine, no solo con gran corrección y con respeto a la novela de la que procede su guión, sino también con brillantez propia de obra cinematográfica bien terminada. Mario Camus consigue traducir ese discurrir monótono de los días en un cortijo extremeño, en donde parece que nada pasa. Pero pasa: pasa el vergonzoso espectáculo de la esclavitud, de la cosificación de los seres humanos, de la barbarie implícita en esa tradición latifundista y medieval que la República no pudo detener.

Veo la película una vez más, en esta ocasión conmocionado por la muerte hace tres días de Miguel Delibes. La novela fue publicada en 1981 y la película fue rodada tres años después. En esa narrativa hermosa de Delibes, hecha de intensas pinceladas y de personajes, hay una exigencia implícita que el director acepta: encontrar a buenos actores y dirigirlos bien. Son tan rotundos esos personajes que a medio camino se instalarían entre la ridiculez y la parodia. Pero Paco Rabal y Alfredo Landa están inconmensurables. Por eso obtuvieron el Premio de Interpretación del Festival de Cannes. Pero también lo están Juan Diego, Terele Pávez y Agustín González, componiendo un mosaico interpretativo de primer nivel.

Curiosa circunstancia: Landa, el denostado con razón por la cantidad de películas infumables, por esas españoladas del destape de los primeros años, recogiendo el testigo de Paco Martínez Soria y otros similares, en esta película y tres años después en “El bosque animado”, de José Luis Cuerda, y algunas otras, se reivindica inapelablemente ante nuestros ojos y ya para siempre. Como decía Giorgio Strehler del teatro, el artista es ese señor que se equivoca muchas veces y acierta bastantes menos.

Camus: otra carrera sorprendente. Incluye títulos como éste, “La colmena” (1982), o “La casa de Bernarda Alba” (1987), junto con otros perfectamente prescindibles que sirvieron para publicitar las imágenes de Raphael o Sarita Montiel. Un director con un inmenso oficio, sin demasiados premios ni distinciones. Cabe pensar que en otras circunstancias y de otra manera hubiera sido reconocido como uno de los grandes de Europa. “Los santos inocentes” no son el fruto de la casualidad, sino de una maestría que se me antoja injusta y lamentablemente poco desarrollada.
Paco Ortega
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