En ese cajón de sastre que La Marvel ha fabricado, abierto por primera vez para aquellos Guardianes de la Galaxia, y en el que tienen cabida sus personajes de menor categoría popular, la presencia y las antenas de este peculiar y desconocido hombre hormiga, parecen encajar como un guante, sabido que su imaginario, juega con la ventaja de no encontrarse tan observado por el implacable bisturí del respetable.

Lo curioso es, y al igual que sucediera con Los Guardianes, que no estamos hablando precisamente de un cómic actual, las andanzas del personaje vieron la luz, de mano de Stan Lee y Jack Kirby, a principios de los años 60, algo que seguro hace precipitarse a más de uno a devorar sus páginas, intentando reparar la evidente falta de conocimiento general antes mencionada.

Por otro lado, resulta imposible no pensar, mientras se asiste a sus imágenes, en aquel "Increíble Hombre Menguante" creado para la literatura por Richard Matheson, y adaptado para el cine en 1957, justo la maniobra que Marvel necesita para poner a su nuevo héroe en órbita, sabedor de que el poder de una imagen en la gran pantalla, vale más que mil páginas, al tiempo que persigue su concurso en una miscelánea bastante más fastuosa, en la que, y como se cita en el último suspiro, tras ese final postcréditos, compartirá cartel con algunos de los innumerables y más celebérrimos iconos que adornan a tan poderosa franquicia.

A los mandos del film se encuentra Peyton Reed, un entusiasta realizador, curtido en televisión, que abraza con estilo las normas de este tipo de producciones, pero claramente acaba perdiendo el equilibrio de su discurso fantástico, lastrado por un guión torpe, en el que la frivolidad se apodera de la historia con demasiada facilidad, lo que hace tambalear peligrosamente, la mínima verosimilitud exigida en tan reconocible universo cinematográfico.

El protagonismo de Paul Rudd, que también ejerce labores de guionista, queda en ese terreno de amor y odio, sin acabar de convencer plenamente en ninguna faceta, lo que explica en parte porque este actor no ha acabado nunca de triunfar, tras una carrera poco convincente y llena de altibajos. Por suerte, en el plano secundario la cosa mejora, y Michael Douglas, recuperado felizmente para el cine, toma el control y la personalidad de Hank Pym, el genio creador de ese traje tan singular, capaz de miniaturizar a su portador, y con el que a la postre, y como era de esperar, se alcanzan los mejores momentos de la cinta.

Finalmente, la recomendación queda destinada a casi cualquier amante de los productos Marvel, seguramente la mayoría queden ligeramente decepcionados con este palpable descenso de calidad, de lo que se espera, solo sea un bache que con el tiempo, se podría incluso disculpar, etiquetando a "Ant-Man" como una broma simpática, que no deja de ser entretenida, pero en ningún caso alcanza el nivel exigido, lo que no elimina el potencial de un personaje, que una vez presentado en sociedad, quizá alcance mayores momentos de gloria en un futuro cercano.



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