El danés Carl Theodor Dreyer, cineasta fundamental en la historia del séptimo arte, regresaba once años después del estreno de su anterior película ("Vampyr, La Bruja Vampiro") con este sombrío y alegórico film sobre brujería en el que maneja con un gran poderío emocional temas como la intransigencia, el fanatismo religioso, la tiranía moral, el abuso de todo tipo de autoridad, el falso puritanismo, el adulterio, el deseo sexual, el amor o la muerte.

Con una puesta en escena serena pero rigurosa al milímetro, y una portentosa utilización de la luz, Dreyer dota a la película de una fascinante estética de ascendencias pictóricas de Rembrandt o Vermeer, una factura visual magistralmente utilizada en favor de una mayor penetración psicológica de los personajes.

La belleza de sus imágenes, la indescriptible fuerza emocional de las mismas y el carácter espiritual y metafísico que rodea al conjunto, hacen de esta deslumbrante película una experiencia inolvidable.