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Voto de I m feeling good:
8
2007
7,3
1.797
Documental
Un maestro de escuela secundaria y un empresario se enfrentan para romper el Récord Guiness del clásico videojuego Donkey Kong. (FILMAFFINITY)
29 de julio de 2008
69 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que si algo no he sido nunca es un gran aficionado a los videojuegos. Puede que la razón esté relacionada con que nunca pude acceder económicamente a ellos en su fase álgida, si no, más bien, cuando se pasaban de moda y eran más accesibles a mi miseria.
Recuerdo mi fase de Nintendo con cierta indeferencia, siempre me aburría en el primer nivel del Metroid con esos bichejos inmundos dando saltitos. Poco después le di otra oportunidad a la consola y jugué al Mario. Este me lo acabé por pura pereza e idiocia para con un congénere que me retó. Poco más.
Después llegó la Supernintendo, que nunca tuve en propiedad, pero en la que jugaba de vez en cuando con un amigo de mi hermano y con el gordaco del vecino, Kike se decía llamar, que de empanado que estaba siempre sacaba pecho (sobre todo tetillas rosáceas) cuando ganaba a los jueguecitos. Un día se me cruzo su chulería y estuve a punto de tirarle la maquinita por la ventana, si no hubiera estado en su casa, con su madre delante preparando una merienda, posiblemente le habría agredido, en su defecto, con el mando esa vez que, como ya escribí, estuve a punto de volar una fuente de prepotencia. Recuerdo juegos como International Super Star SOCCER DELUXE, y alguno de Mario, lo hago con cariño porque me lo pasaba bien, ciertamente.
Después llegó el ordenador, jugué al Diablo y al PC Fútbol mucho, bastante al Fifa 98 y a pocos más. Me hice viejo a la par que mi ordenador Pentium 1, y ya no tenía la posibilidad de seguir conectado al mundo de los videojuegos, por tanto, los dejé y empecé a masturbarme.
Algunos años después, mi hermano se compró la Play 1, la recuerdo también con cariño por el Pro y las jornadas maratonianas que nos pegábamos. Esto no era muy frecuente, ya que mi hermano y su Play estudiaban lejos de mis manos, sólo ocurría cuando venían en navidad, semana santa y parte del verano.
Después un gran vacío, nunca más sentí el más mínimo interés, aunque vino un ordenador moderno e intenté jugar por curiosidad a esos juegos que hay ahora. Estos que parecen películas de ciencia ficción y novelas de Kundera por su complejidad, pero nada, ninguna emoción, mi pene flácido y ya, definitivamente, ya no me importaban los videojuegos.
(la crítica de la película está en el Spoiler por falta de espacio)
Recuerdo mi fase de Nintendo con cierta indeferencia, siempre me aburría en el primer nivel del Metroid con esos bichejos inmundos dando saltitos. Poco después le di otra oportunidad a la consola y jugué al Mario. Este me lo acabé por pura pereza e idiocia para con un congénere que me retó. Poco más.
Después llegó la Supernintendo, que nunca tuve en propiedad, pero en la que jugaba de vez en cuando con un amigo de mi hermano y con el gordaco del vecino, Kike se decía llamar, que de empanado que estaba siempre sacaba pecho (sobre todo tetillas rosáceas) cuando ganaba a los jueguecitos. Un día se me cruzo su chulería y estuve a punto de tirarle la maquinita por la ventana, si no hubiera estado en su casa, con su madre delante preparando una merienda, posiblemente le habría agredido, en su defecto, con el mando esa vez que, como ya escribí, estuve a punto de volar una fuente de prepotencia. Recuerdo juegos como International Super Star SOCCER DELUXE, y alguno de Mario, lo hago con cariño porque me lo pasaba bien, ciertamente.
Después llegó el ordenador, jugué al Diablo y al PC Fútbol mucho, bastante al Fifa 98 y a pocos más. Me hice viejo a la par que mi ordenador Pentium 1, y ya no tenía la posibilidad de seguir conectado al mundo de los videojuegos, por tanto, los dejé y empecé a masturbarme.
Algunos años después, mi hermano se compró la Play 1, la recuerdo también con cariño por el Pro y las jornadas maratonianas que nos pegábamos. Esto no era muy frecuente, ya que mi hermano y su Play estudiaban lejos de mis manos, sólo ocurría cuando venían en navidad, semana santa y parte del verano.
Después un gran vacío, nunca más sentí el más mínimo interés, aunque vino un ordenador moderno e intenté jugar por curiosidad a esos juegos que hay ahora. Estos que parecen películas de ciencia ficción y novelas de Kundera por su complejidad, pero nada, ninguna emoción, mi pene flácido y ya, definitivamente, ya no me importaban los videojuegos.
(la crítica de la película está en el Spoiler por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Con estos antecedentes me enfrenté al documental The King of Kong, sabiendo que si se centraban en los juegos me iba a aburrir como una ostra e intuyendo un profundo desprecio a los personajes del film que deciden encaminar su vida a ser el mejor en una meta que por poco práctica es pueril.
Me equivoqué, es así, lo reconozco, al ver la película redefiní mi concepción del jugador tipo y del ambiente en sí, descubrí un mundo fascinante de competitividad extrema, donde las trampas se mezclan con punzadas en la yugular. Percibí el fascinante embobamiento de parte de la sociedad americana al levantar falsos ídolos con pinta de Totems descabezados.
Si "The King of Kong" tiene un mérito por encima de otro, este es sin duda transformar un simple documental sobre los frikis del "Kong", en una de las mayores competiciones humanas mejor llevadas a la pantalla de la Historia, ya que sabe hilvanar un tronco dramático que deja en colgajo “Olimpia”, mientras se retrata a los personajes a base de mostrar sus inquietudes, miedos, chulerías, ambiciones y demás concepciones de lo que normalmente es un humano.
Documental imprescindible, repito “IMPRESCINDIBLE”, para conocer este diverso mundo construido por la globalización que, paradójicamente, confecciona múltiples microuniversos excluyentes donde lo postmoderno es ridículo o interesante, pero siempre curioso, porque la mayor característica de esta sociedad es que hasta un detalle ínfimo puede resultar en otra parte del mundo el núcleo de una o varias vidas.
Me equivoqué, es así, lo reconozco, al ver la película redefiní mi concepción del jugador tipo y del ambiente en sí, descubrí un mundo fascinante de competitividad extrema, donde las trampas se mezclan con punzadas en la yugular. Percibí el fascinante embobamiento de parte de la sociedad americana al levantar falsos ídolos con pinta de Totems descabezados.
Si "The King of Kong" tiene un mérito por encima de otro, este es sin duda transformar un simple documental sobre los frikis del "Kong", en una de las mayores competiciones humanas mejor llevadas a la pantalla de la Historia, ya que sabe hilvanar un tronco dramático que deja en colgajo “Olimpia”, mientras se retrata a los personajes a base de mostrar sus inquietudes, miedos, chulerías, ambiciones y demás concepciones de lo que normalmente es un humano.
Documental imprescindible, repito “IMPRESCINDIBLE”, para conocer este diverso mundo construido por la globalización que, paradójicamente, confecciona múltiples microuniversos excluyentes donde lo postmoderno es ridículo o interesante, pero siempre curioso, porque la mayor característica de esta sociedad es que hasta un detalle ínfimo puede resultar en otra parte del mundo el núcleo de una o varias vidas.