Da la sensación de que J.A. Bayona no ha querido hacer una buena película, sino una sin margen de error: es lo que se llama cine puramente comercial. Esto no es algo negativo, es información. La base del film es realizar una gran producción sobre algo que sabe que puede gustar al público mainstream: la muerte integrada en el discurso de una historia en la que lo épico sobresalga. Sin embargo, J.A. Bayona no está tan preocupado en profundizar y diferenciar entre las diferentes psicologías de los personajes, es más, parece que estamos ante una misma psicología, una especie de pensamiento único que funciona mediante la inercia. Momentos crudos y difíciles, como el hecho de comer cadáveres, están resueltos desde el prisma del cine comercial, nunca desde la encrucijada moral que supone. No hay la tensión que debería: los instantes de dudas, de incertidumbre y de muerte, que son los que distinguen esta historia sobre las demás, quedan resueltos técnicamente por un director que lo que mejor sabe hacer es precisamente eso: películas perfectamente ejecutadas desde ese punto de vista (el técnico), pero que andan faltas de profundidad psicológica, de misterio, del significado de la muerte. Es digno de admirar que él sabe mejor que nadie sus carencias y por eso mismo las suple con lo que sabe que no va a fallar: una fotografía impresionante, acción, frases épicas (aunque estas tengan más sentido en la intimidad de un ser humano), heroicidad y un manejo de alumno aventajado de todos los recursos que tiene a su disposición. Y si hablamos únicamente de estas últimas cosas, no habrá crítica posible y será la mejor película que hayas visto.