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Voto de Ehavled Jef:
10
6,7
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Drama
Anatoli, un marinero capturado por los nazis en 1942, es obligado a cometer un imperdonable acto de barbarie. Treinta años más tarde corren rumores de que un hombre santo, conocido como el padre Anatoli, que vive en una isla casi desierta, es capaz de hacer milagrosas curaciones y puede ver el futuro. Así, una joven poseída por demonios llega hasta la isla en busca de ayuda. (FILMAFFINITY)
4 de agosto de 2010
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una obra cinematográfica superior y exquisita, de una calidad fuera de lo común, de las que ciñen el alma; perteneciente al género religioso (en este caso, cristianismo ortodoxo ruso). Una película magistral, merecedora de la más alta calificación que pueda dársele a una obra de arte; porque la historia que nos narra, su sopesada filmación, sus imágenes, sus diálogos, su desarrollo y su acabado, son portentosos. “Ostrov” ("isla" en lengua rusa) conmueve hasta lo indecible; nos toca en la hondura del ser; tiene la virtud extraordinaria que a veces se da en algunas obras de arte, de zarandearnos el alma con más intensidad y belleza mística que cualquier participación en unos ejercicios espirituales organizados, más que la asistencia a liturgias dominicales, más que la escucha de homilías o incluso que la recepción de algunos sacramentos.
El protagonista principal es Anatoly, un hombre que años atrás cuando era muy joven y servía en la Armada Rusa se comportó cobardemente y por salvarse a sí mismo mató a un compañero. Pero han pasado los años y Anatoly es ahora un monje asceta que vive en una isla cercana a la costa del Mar Blanco (mar que más bien es un Golfo del Mar de Barents), en una comunidad de monjes ortodoxos cenobitas, aunque apartado de ellos, sin poder olvidar y sintiendo una gran culpa en su interior por el crimen cometido, tratando día a día durante años de expiar su grave pecado. Pero además, Anatoly es un religioso excéntrico; de esa clase de místicos aislados que siempre han existido, que se vuelven insociables y se comportan de manera perturbada tal vez porque se reconocen enormemente pecadores y no quieren dar ninguna impresión de santidad; que quizás acostumbran a ponerse la máscara de la chifladura para no caer en la vanidad de creerse o hacer creer a los demás que son santos o buenos; que andan provocando, diciendo la verdad ya oportuna ya inoportunamente a quienes no gustan de oírla, que a veces se muestran violentos y otras se humillan como perros; que siendo hombres religiosos en modo alguno se comportan como religiosos convencionales.
En consecuencia, la forma de ser del “padre” Anatoly resulta un constante desaire para los compañeros monjes de su comunidad, dado que él hace la diferencia entre lo que es un hombre religioso por excelencia (que no se toma a sí mismo en serio) y el hombre religioso institucional (que se toma a sí mismo demasiado en serio).
Siempre habrá quienes se burlen de estos hombres religiosos y le guarden poca consideración, sobre todo entre los monjes o clérigos de su propia comunidad. Pero curiosamente la gente sencilla del pueblo siente ante este tipo de místicos excéntricos, el "temor" o el respeto que se le debe a Dios, a lo Santo, o a quién está en sintonía con lo Divino. Es el caso del “padre” Anatoly; de ahí que la gente viaje en barca desde lejos, acuda a él, como quien va buscando a un santo.
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El protagonista principal es Anatoly, un hombre que años atrás cuando era muy joven y servía en la Armada Rusa se comportó cobardemente y por salvarse a sí mismo mató a un compañero. Pero han pasado los años y Anatoly es ahora un monje asceta que vive en una isla cercana a la costa del Mar Blanco (mar que más bien es un Golfo del Mar de Barents), en una comunidad de monjes ortodoxos cenobitas, aunque apartado de ellos, sin poder olvidar y sintiendo una gran culpa en su interior por el crimen cometido, tratando día a día durante años de expiar su grave pecado. Pero además, Anatoly es un religioso excéntrico; de esa clase de místicos aislados que siempre han existido, que se vuelven insociables y se comportan de manera perturbada tal vez porque se reconocen enormemente pecadores y no quieren dar ninguna impresión de santidad; que quizás acostumbran a ponerse la máscara de la chifladura para no caer en la vanidad de creerse o hacer creer a los demás que son santos o buenos; que andan provocando, diciendo la verdad ya oportuna ya inoportunamente a quienes no gustan de oírla, que a veces se muestran violentos y otras se humillan como perros; que siendo hombres religiosos en modo alguno se comportan como religiosos convencionales.
En consecuencia, la forma de ser del “padre” Anatoly resulta un constante desaire para los compañeros monjes de su comunidad, dado que él hace la diferencia entre lo que es un hombre religioso por excelencia (que no se toma a sí mismo en serio) y el hombre religioso institucional (que se toma a sí mismo demasiado en serio).
Siempre habrá quienes se burlen de estos hombres religiosos y le guarden poca consideración, sobre todo entre los monjes o clérigos de su propia comunidad. Pero curiosamente la gente sencilla del pueblo siente ante este tipo de místicos excéntricos, el "temor" o el respeto que se le debe a Dios, a lo Santo, o a quién está en sintonía con lo Divino. Es el caso del “padre” Anatoly; de ahí que la gente viaje en barca desde lejos, acuda a él, como quien va buscando a un santo.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Hay varias secuencias deslumbrantes, arrebatadoras, más hermosas que las naturales panorámicas del Mar blanco y su costa, sus islas, el clima y los colores inusuales que impregnan esa parte de Rusia.
Por ejemplo, veamos la siguiente escena próxima al final, donde casi se completa el círculo o tesis de esta asombrosa película (pecado, culpa, arrepentimiento, expiación, perdón y recuperación de la paz):
Un almirante de nombre Tikhon y alto cargo del Partido Comunista y ateo de la URSS, viene con su hija, la cual evidencia síntomas de endemoniada, a rogarle religiosamente al "padre" Anatoly que la cure. Cosa que el monje hace llevándola a solas a una pequeña isla donde él acostumbra a retirarse y orar. Allí exorciza a la joven y logra que el mal que la tiene poseída salga de su interior. Luego, cuando la muchacha ya está repuesta el monje regresa con ella y se la devuelve a su padre. Este militar comunista de alto rango, le da las gracias y Anatoly lo invita a su cabaña, a confesarse. Entonces se desarrolla esta asombrosa conversación que quedará para siempre en el corazón de todo el que haya trascendido con este filme:
—No tenga miedo a confesarse, Tikhon. Nadie va a probar su lealtad al Partido.
—No tengo miedo ahora mismo, aunque lo he tenido. No sé a qué se refiere usted.
—Pues entonces me confesaré yo: En el año 1942, fui hecho prisionero. Yo era un adolescente. Los alemanes al atraparme me prometieron que si yo le disparaba a un compañero mío, a cambio me perdonaban la vida.
—¿Dónde sirvió usted?
—Por aquí mismo, en la Flota del Norte.
—¿Cómo se llamaba su compañero?
—No lo recuerdo. Era mayor que yo y capitán del remolcador donde servíamos. ¿Por qué usted no me pregunta si le maté?
—Bien, ¿lo mató usted?
—Sí, lo maté. Y no sé cómo vivir con esto desde entonces.
—Yo tampoco sé. ¿Por qué me cuenta esto?
—Soy viejo y temo morir con este pecado. Estoy asustado.
—No debe temer, "padre" Anatoly. Puede morir en paz. Yo conozco al hombre. Él sobrevivió. Usted sólo le dio un tiro en el brazo. Luego hubo una explosión, él cayó por la borda y se agarró a una tabla. Él fue rescatado a la mañana siguiente.
—Perdóneme— le ruega Anatoly a su interlocutor, intuyendo o sabiendo con clarividencia desde hace rato que el almirante que tiene delante suya es aquel mismo capitán al que él disparó cobardemente treinta años atrás y creía haber matado.
—Usted está perdonado. Yo también creía que usted no había sobrevivido.
—Tikhon, gracias. Váyase en paz. Dios le bendiga.
De verás, créanme, es una película bellísima y privilegiada. Yo tuve que verla tres veces más en el mismo día y posteriormente nunca me canso de volverla a contemplar; porque es espléndida, singular, nos conecta a la idiosincrasia innata y antropológica de lo esencial, de lo religioso por excelencia.
Fej Delvahe
Por ejemplo, veamos la siguiente escena próxima al final, donde casi se completa el círculo o tesis de esta asombrosa película (pecado, culpa, arrepentimiento, expiación, perdón y recuperación de la paz):
Un almirante de nombre Tikhon y alto cargo del Partido Comunista y ateo de la URSS, viene con su hija, la cual evidencia síntomas de endemoniada, a rogarle religiosamente al "padre" Anatoly que la cure. Cosa que el monje hace llevándola a solas a una pequeña isla donde él acostumbra a retirarse y orar. Allí exorciza a la joven y logra que el mal que la tiene poseída salga de su interior. Luego, cuando la muchacha ya está repuesta el monje regresa con ella y se la devuelve a su padre. Este militar comunista de alto rango, le da las gracias y Anatoly lo invita a su cabaña, a confesarse. Entonces se desarrolla esta asombrosa conversación que quedará para siempre en el corazón de todo el que haya trascendido con este filme:
—No tenga miedo a confesarse, Tikhon. Nadie va a probar su lealtad al Partido.
—No tengo miedo ahora mismo, aunque lo he tenido. No sé a qué se refiere usted.
—Pues entonces me confesaré yo: En el año 1942, fui hecho prisionero. Yo era un adolescente. Los alemanes al atraparme me prometieron que si yo le disparaba a un compañero mío, a cambio me perdonaban la vida.
—¿Dónde sirvió usted?
—Por aquí mismo, en la Flota del Norte.
—¿Cómo se llamaba su compañero?
—No lo recuerdo. Era mayor que yo y capitán del remolcador donde servíamos. ¿Por qué usted no me pregunta si le maté?
—Bien, ¿lo mató usted?
—Sí, lo maté. Y no sé cómo vivir con esto desde entonces.
—Yo tampoco sé. ¿Por qué me cuenta esto?
—Soy viejo y temo morir con este pecado. Estoy asustado.
—No debe temer, "padre" Anatoly. Puede morir en paz. Yo conozco al hombre. Él sobrevivió. Usted sólo le dio un tiro en el brazo. Luego hubo una explosión, él cayó por la borda y se agarró a una tabla. Él fue rescatado a la mañana siguiente.
—Perdóneme— le ruega Anatoly a su interlocutor, intuyendo o sabiendo con clarividencia desde hace rato que el almirante que tiene delante suya es aquel mismo capitán al que él disparó cobardemente treinta años atrás y creía haber matado.
—Usted está perdonado. Yo también creía que usted no había sobrevivido.
—Tikhon, gracias. Váyase en paz. Dios le bendiga.
De verás, créanme, es una película bellísima y privilegiada. Yo tuve que verla tres veces más en el mismo día y posteriormente nunca me canso de volverla a contemplar; porque es espléndida, singular, nos conecta a la idiosincrasia innata y antropológica de lo esencial, de lo religioso por excelencia.
Fej Delvahe