En principio, la sinopsis apunta a una gran historia de espionaje, en el que un grupo de agentes debe llevar a cabo una arriesgada misión y llevar ante los tribunales a un antiguo nazi. Y digo en principio porque no es solo eso lo que vamos a poder ver.

La misión sigue su curso, pero según transcurre la película observamos que ganan mucho peso las relaciones personales de los integrantes del Mossad, muy preparados para ejercer su trabajo pero muy verdes aún para convivir con las consecuencias del mismo. Esas relaciones les marcarán para siempre y muestran que también sienten y padecen.

A pesar de esto, resultan en ocasiones poco creíbles algunas situaciones entre el trío protagonista a la hora de encarar la misión, poniendo Madden mucho más énfasis en mostrar las debilidades que las fortalezas que les han llevado a donde están. Errores que se suponen impropios de gente tan bien preparada y que cuesta creer.

Esa importancia de las relaciones personales hacen que este sea a partes iguales un thriller de espionaje y un drama puro y duro, y que en cierto modo justifica su mejorable desembocadura. Sin duda esos minutos finales debilitan el conjunto y alargan innecesariamente una historia que ya se sostenía por sí sola sin esa misión extra.

Mirren sigue acaparando planos allá por donde ve y es imposible hacerle sombra. Del hecho de que no aparezca en pantalla demasiado tiempo se beneficia directamente Chastain, actriz a la que próximamente veremos hasta en la sopa y que aprovecha La deuda para ponerse en órbita. No reluce pero aguanta. No así Worthington, que ya atisbaba en la aburrida Solo una noche lo que aquí refrenda: no hay expresividad en su modo de actuar.

Se ve con interés por lo que promete y cumple, teniendo en cuenta que no nos llegan demasiadas películas de este género últimamente. Disfrutaremos de ella hasta que encontremos otra que nos la hará olvidar.