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España España · PONTEVEDRA
Voto de Skorpio:
5
Thriller En octubre de 1983, desaparecen en Bayona los miembros de ETA Lasa y Zabala. Doce años después, sus cuerpos, torturados y enterrados en cal viva por los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), son identificados. Comienza entonces un proceso en el que el abogado de las dos familias (Unax Ugalde) y su ayudante intentarán que se haga justicia y que los asesinos se sienten en el banquillo de los acusados. (FILMAFFINITY)
3 de noviembre de 2014
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El escenario sociopolítico derivado del cese definitivo de la violencia de ETA abre la veda para que el cine, especialmente el español, por el rol que se le supone, salde deudas historiográficas con el pasado reciente en cuanto a dicho conflicto. El momento ha llegado con el acercamiento a uno de los episodios más negros de nuestra historia reciente, el cual huye, por un lado, del innecesario y maniqueo avivamiento del conflicto a través de un posicionamiento sesgado, así como del llamamiento a la reconciliación a través del olvido, al más puro estilo de la tan caduca y cuestionada Cultura de la Transición.

Lamentablemente, el clima de corrección discursiva extrema y de alargada sombra de la censura a posteriori que imperan en la praxis legal y policial española desde la eclosión de la rebeldía ciudadana, además de la tutela institucional de la obra, impiden un óptimo desarrollo de un discurso que, en buena parte, recae en los peores tópicos de los telefilms judiciales de sobremesa que copan las parrillas generalistas. Y lo peor es que, ni siquiera dentro de esas limitaciones le consiguen sacar todo el jugo al material del que disponen. Las verdaderas reflexiones por encima de la elección de bandos, de la ideal más que material barrera entre el bien y el mal, del imperio del buen hacer y las buenas prácticas deontológicas en el ejercicio policial o judicial, se quedan, lamentablemente, en lo anecdótico, como pequeños destellos de un relato a medio camino de todo.

Así pues, Lasa y Zabala (evitemos la posible confusión que pueda genera el título original, en euskera) presenta una de cal y una de arena, dos caras bien diferenciadas en cuanto a su valor fílmico. Por un lado, la buena, donde la expresión puramente audiovisual eclipsa al lenguaje verbal en una brillante operación de redención estética y representativa del cine con su función social y política. Por el otro, la mediocre, y desafortunadamente mayoritaria, una sucesión de lugares comunes y códigos vacíos, en lo que se puede intuir como el resultado, consecuencia inevitable, de una cobardía argumental fruto de la insalvable coyuntura.

CARA A: EL TERROR DE INTXAURRONDO

Si bien decía Goya que "el sueño de la razón produce monstruos" (cita con la que Stephen King abría El resplandor), no existe un retrato más eficaz del horror que el relato de las mayores barbaries que ha cometido el hombre contra el hombre en el pura realidad. Esto parece haberlo asimilado a la perfección el director, que nos hace sentir en nuestra propia carne las horripilantes torturas que sufrieron por entonces aquellos jóvenes, incluso a quienes pudiesen llegar a pensar en algún momento que se lo merecían. Poder convertir finalmente en imágenes ese templo del terror que fue durante tanto tiempo el cuartel de Intxaurrondo no era un menester nada sencillo.

Han tenido que pasar muchos asesinatos, muchas malas decisiones políticas y judiciales, para poderse llegarse a este escenario, donde las cuentas con el pasado en el terreno de la representación pudiesen ser saldadas. Haberle puesto cara al sufrimiento de dos individuos que, a su vez, formaban parte de un colectivo especializado en la creación de sufrimiento ajeno, dos individuos que, hasta entonces, no conocíamos más que como caras en unas fotos convertidas en iconos del independentismo vasco o como huesos en una fosa,… todo ello no habría sido posible de ninguna manera hace veinte años, con el caso acaparando las agendas mediáticas. Ni tampoco hace diez, con ETA alargando su agonizante sinsentido.

Solo ahora, con ese infame anacronismo enterrado para siempre, sin necesidad de cal viva, se puede llegar a esos mínimos necesarios de reconciliación en los que hasta el más escéptico con la redención y el perdón puede admitir, sin miedo, que el bando de los "buenos" había ido demasiado lejos.

CARA B: LA FIESTA DE LOS MANIQUÍES

La reducción conceptual del brazo ejecutor del terrorismo de Estado a la psicopatía y enfermedad de los guardias civiles implicados, o a un retrato plano y pueril de la maldad en la figura de Rodríguez Galindo, le restan mucha mordiente a un argumento eminentemente político, y en cierta manera, le quitan hierro a un asunto cuyo verdadero epicentro, hacia donde deberían recaer las decididas denuncias, se encuentra en las altas esferas.

Galindo sea posiblemente un personaje bastante siniestro per se como para que tener que someterlo a semejante simplificación, cual villano de Disney. Las posibilidades de haber creado una encarnación de la infamia con tantos matices se han ido al cubo de la basura. La podredumbre del sistema y de las cloacas del Estado como elemento central del conflicto quedan reemplazadas en consecuencia, por la determinación individual, a pequeña escala, de un grupo de taraos que, para mayor desgracia colectiva, han acabado formando parte de aquellos que están ahí, se supone, para protegernos.

Por supuesto, ninguna referencia, ni siquiera implícita, al "señor X". El eslabón intermedio, Rafael Vera, aparece únicamente mencionado, muy por encima. Quizás para compensarlo, el guión cae en el exceso de añadir más muertes a una realidad ya suficientemente plagada de ellas. En definitiva, la cobardía (pues si Berlanga pudo colar un clamor ante la pena de muerte en plena dictadura, bien se podía sugerir aquí, de manera sutil, la implicación de los peces gordos del Estado) acaba convirtiéndose un severo lastre al resultado final de un ejercicio, que, todo sea dicho, supone un necesario atrevimiento, pero no basta.

La conclusión es que, nunca sabremos si por no querer o por no poder, el film se ha quedado muy a medio camino de todo lo que podía y debía dar. Ahora bien, cabe preguntarse si esto es consecuencia de la censura no escrita que aún existe en nuestros días, o simplemente un efecto frontal de la inevitable tutela institucional de una industria incapaz de emanciparse de las subvenciones y, por ende, del arraigo de la misma.
Skorpio
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