Desconozco la pasta que soltó el ayuntamiento de Nueva York a los productores del filme de Mark Levin, pero entiendo que fue bastante. “Pequeño Manhattan” no es más que una colección de postales de la ciudad que ha recuerda a la ya retratado, con más encanto, por Woody Allen, por ejemplo.

Obviamente entender una comedia romántica, con un mocoso que conoce el primer amor, puede suponer un trauma para aquel que tenga síntomas eruptivos cada vez que visiona una película de un género hundido y tocado. Pero sorprendentemente el filme, con sus protagonistas de no más de once años, demuestra a veces más madurez y menos cursilería que el 90% de otras producciones “adultas” actuales y similares. Tampoco hay que engañarse: “Pequeño Manhattan” no supone una novedad tanto en su voz en off (se nota que Levin produjo “Aquellos maravillosos años”), sus licencias gamberras cercanas a lo “políticamente incorrecto” (véase esa lluvia de vómitos inicial) y esos lastres en sus tan habituales, previsibles y predecibles puntos de giro.
Tan sólo hurga en la rareza cuando la imaginación de la criatura tomo el poder con ese luchador de kárate imaginario que le acompaña en ciertos momentos aunque pierde el norte cuando emula a un personaje de un videojuego de lucha. Tampoco se aprovecha de una pretendida evasión a la tragedia del divorcio de sus padres… simplemente el muchacho descubre su primer amor. Su final, eso sí, sin ser brillante resulta creíble.

A Josh Hutcherson le tendremos hasta en la sopa hasta que le aflore el vello púbico. A Charlie Ray se le pasó prácticamente el arroz. Sus padres quedaron agradecidos mientras duró la recolección de billetes.