La última película de Jonathan Demme parece invocar a personajes que se encuentran perdidos y han dejado de encajar con la realidad. Es cierto que después de la culminación del éxito y aceptación que supuso la consecución de “El silencio de los corderos” y “Philadelphia” tan sólo convocó al entretenimiento en el remake “El mensajero del miedo” y rellenó y recubrió de oro al autor de ‘After the Gold Rush’ en “Neil Young: Heart of Gold”. Con la “La boda de Rachel” no llegó a sus mejores trabajos pero establecía una línea continuadora gracias a méritos ajenos: una actriz principal también perdida en clichés comerciales como Anne Hathaway y el envoltorio de una producción independiente siguiendo la estela de punto de encuentro y reunión familiar para despertar dragones dormidos.
“La boda de Rachel” se puede resumir en una frase y objetivo: merecida nominación de la Hathaway. Y es precisamente ese aspecto de ‘loser’ lo que la confiere cierto poder de empatía. En la película le roban a ella y a su personaje hasta el titulo de la cinta… Ella está en segundo plano, al final de la mesa, al otro lado del espejo.

El guión es de culebrón, la realización conjuga el dogma, momentos que podrían quedar mucho mejor a un Cassavetes menos inspirado y al cine independiente americano… Sigue la estela de la reunión familia como punto de encuentro y origen visceral de emociones de los personajes que integran la película. Visita lugares comunes aunque explora otros interesantes como esa pareja interracial en una mezcla de culturas. Evita otros como la reconciliación manida con la madre para el tercer acto como típica catarsis emocional. La película tiene su encanto ya que toca cuerdas sentimentales y nos hace preguntarnos los pasajes de inestabilidad en lo que concierne y le sucederá a Kym…