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Voto de Archilupo:
8
7,7
3.447
Comedia. Romance
Lily, una carterista que se hace pasar por condesa, conoce en Venecia al famoso ladrón Gaston Monescu, quien a su vez se hace pasar por barón, y se enamoran. Gaston roba al aristócrata François Fileba y huye con Lily antes de que le descubran. Casi un año después, en París, Gaston roba un bolso con diamantes incrustados a la viuda Mariette Colet, pero se lo devuelve y la cautiva de tal forma que lo contrata como secretario. (FILMAFFINITY) [+]
19 de junio de 2009
34 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si entre un ladrón-estafador consumado y una estafadora-ladrona no menos vocacional y aplicada surge la atracción erótica, en el roce durante el flirteo desplegarán como un cortejo todas sus habilidades prestidigitadoras.
Birlarse la billetera, el reloj, el bolso, la pulsera, el encendedor y los anillos mientras están juntos es el resultado de meterse mano una pareja de carteristas. Es la excitación, el juego, su particular parada nupcial, su literal timarse.
Una idea brillante.
Los farsantes se mueven por los grandes hoteles venecianos, como ‘bon vivants’, pasando por aristócratas en un mundo suntuoso.
La ambientación propicia el tono refinado y trepidante en que la ironía de Lubitsch da su mejor rendimiento, con diálogos ágiles y situaciones vodevilescas, maquinaciones y equívocos que se multiplican, girando siempre en torno al contacto carnal, aludiéndolo muy de cerca en danza íntima, a temperatura elevada, pero sin tocarlo.
El ritmo vivo, de baile alegre, explica que este chispeante ejercicio aguante bien el envejecimiento.
Una realización brillante.
= = = = =
Falso barón: Debo sincerarme, condesa.
Falsa condesa: Ya lo sé. Es usted un ladrón.
Falso barón: Páseme la sal, haga el favor.
Birlarse la billetera, el reloj, el bolso, la pulsera, el encendedor y los anillos mientras están juntos es el resultado de meterse mano una pareja de carteristas. Es la excitación, el juego, su particular parada nupcial, su literal timarse.
Una idea brillante.
Los farsantes se mueven por los grandes hoteles venecianos, como ‘bon vivants’, pasando por aristócratas en un mundo suntuoso.
La ambientación propicia el tono refinado y trepidante en que la ironía de Lubitsch da su mejor rendimiento, con diálogos ágiles y situaciones vodevilescas, maquinaciones y equívocos que se multiplican, girando siempre en torno al contacto carnal, aludiéndolo muy de cerca en danza íntima, a temperatura elevada, pero sin tocarlo.
El ritmo vivo, de baile alegre, explica que este chispeante ejercicio aguante bien el envejecimiento.
Una realización brillante.
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Falso barón: Debo sincerarme, condesa.
Falsa condesa: Ya lo sé. Es usted un ladrón.
Falso barón: Páseme la sal, haga el favor.