Este film narra la historia de amor que surge entre un fotógrafo que está perdiendo la vista, Masaya (Masatoshi Nagase), y una joven, Misako Ozaki (Ayame Misaki), desconectada de la sociedad y con el problema de una madre demente, que ayuda a los ciegos narrando películas a través de sus estudiados.

Frente a imágenes poco inteligibles, se produjo una confusión entre las tomas que había rodado él mismo de las que había registrado Kawase. El tiempo y la sedimentación de ideas quisieron que transcurridos unos años, la cosa haya aparecido en la forma de película, un largometraje que delibera sobre el equilibrio posible entre palabras e imágenes.

En el reparto destacan sendas brillantes interpretaciones del actor japonés Masatoshi Nagase en el papel de fotógrafo ciego y la amorosa Ayame Misaki como la bonita audio-escritora muy atraída por el protagonista. Ambos hacen trabajos muy meritorios, sin excesos, en línea de actuación contenida pero expresiva.

Naomi Kawase, con su especial sensibilidad, sabe recrear en la pantalla la historia entre una mujer con vocación y facilidad para describir lo que le rodea, que tiene una profunda relación con un fotógrafo que apenas ve, un maestro. Tiene la cinta un guión de la propia Kawase con silencios y delicados diálogos que incluyen lecciones sobre la técnica justamente de escribir guiones.

La fotografía de Arata Dodo resulta singular, en tonos ambarinos y bajo la directriz de su directora, Dodo acerca la cámara que se sitúa prácticamente pegada a las caras de los protagonistas alzaprimando la luz del crepúsculo, lo cual que describe la lucha de sus personajes para no dilapidar la hermosura que en el mundo hay. Acompaña muy bien una suave banda sonora de Ibrahim Maalouf.

Es sin duda una película conmovedora, delicada, no para cualquier público pues se desarrolla con un tempo lentificado tan suave como la pérdida de visión de su protagonista, el fotógrafo Masaya. Una cinta sobria y bella.