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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
10
Drama En una vieja casa aislada, situada en un fantasmagórico paraje campestre de tonalidades pictóricas, un joven (Aleksei Ananichnov) dispensa amorosas atenciones y cuidados a su madre gravemente enferma (Gudrun Geyer). En el que quizá sea su último paseo juntos, él la lleva en brazos, y ambos evocan melancólicamente el pasado. (FILMAFFINITY)
15 de marzo de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Madre e hijo" no es solo, para mí, uno de los más bellos poemas visuales de la historia del cine; es, también, simple y llanamente poesía (de la misma manera que esta se manifiesta también en el cine narrativamente "ortodoxo" en manos de Ford, Ozu y compañía).

A Sokurov siempre le ha gustado la experimentación visual y aquí es fácil y de recibo ponderar la distorsión de la imagen, que crea un efecto onírico de aplanamiento o bidimensionalidad, con el que funde a los dos únicos protagonistas con un paisaje con ecos de la pintura de Friedrich, en una paleta elegíaca.

Cada plano podría ser en efecto parangonable a un cuadro, pero expuestos en una galería no darían cuenta del film. Si hablo de poema visual es por la dimensión temporal, por su cadencia, por su respiración suave y envolvente como el latir de una vida que se extingue, de un abrazo postrero o de la asunción de la ausencia, de un vacío que de tan humano adquiere reverberaciones cósmicas.

Y si hablo también de poesía es por el nudo en la garganta, por el estremecimiento del alma. "Madre e hijo" no es la historia entre una madre y un hijo cualquiera (de ahí que no necesitemos conocer nada de ellos), sino que en su abstracción halla su universalidad. Porque para mí "Madre e hijo" no es sino la más pura, la más hermosa, la más sensible, la más lírica y la más conmovedora representación del amor maternofilial que haya visto en una pantalla.

Es obvio, por otra parte, que las relaciones en general entre padres e hijos (como las de pareja, las fraternales o las de amistad) aparecen marcadas en cada individuo por su experiencia particular, y resulta así natural que ello influya, en última instancia, en el mayor o menor grado de íntima adscripción emocional de cada cual con respecto a esta obra.

Pienso por ejemplo en otra película que también es un poema visual y también es poesía, como "El árbol de la vida". En ella Terrence Malick parece querer exorcizar los fantasmas de una relación, en ese caso paternofilial, sumamente áspera y conflictiva, con un anhelo de perdón y reconciliación. Es factible entonces que aquellos espectadores hijos, padres o ambas cosas, que de alguna manera reconozcan en esa conflictividad su vivencia, puedan proyectar en el visionado su propia catarsis o exorcismo.

En mi caso he tenido la inmensa suerte –porque estas cosas son una suerte o una lotería– de contar con unos progenitores de quienes solo he recibido amor y ante quienes únicamente puedo mostrar agradecimiento, así como constatar que lo mejor de mí mismo como persona lo he heredado de su constante predicación a través del ejemplo. Por lo demás, solo puedo hablar desde la posición de hijo al no haber experimentado la paternidad, aunque siempre he estado convencido de que de haber sido padre habría sido una gran madre.

Para todas aquellas madres y aquellos hijos que se sientan como yo hondamente interpelados por el centro de gravedad de esta película, les recomiendo con entusiasmo la lectura del también más hermoso y emotivo libro que he leído nunca sobre dicho vínculo, "Madres e hijos", de Theodor Kallifatides. Nacido en Grecia en 1938, Kallifatides emigró a Suecia en 1964, donde ha desarrollado una amplia carrera literaria. Memoria biográfica como buena parte de su obra, este libro rememora su breve viaje a Atenas a los 68 años, para pasar unos días con su madre, de 92 años, sabiendo que aquel iba a ser su último encuentro.
Quim Casals
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