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Voto de Quim Casals:
8
7,0
786
Western
En el rancho "Las furias" viven T. C. Jeffords y sus dos hijos. Clay, que es un buen chico, no tiene carácter, Su hermana Vance, en cambio, es ambiciosa aunque justa. El patriarca desea expulsar de sus tierras a una familia de mexicanos, los Herrera, cuyo primogénito es amigo de la infancia de su hija. (FILMAFFINITY)
7 de febrero de 2011
30 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Coincidiendo con el inicio del ciclo westerniano de Mann con James Stewart (probablemente, uno de los matrimonios artísticos más fecundos de la historia, comparable con Sternberg/Dietrich o Scorsese/De Niro), el cineasta rodó este hoy poco recordado western —seguramente por la gran fama de aquel ciclo triunfal—, pero a mi juicio excelente y a la altura de sus grandes obras.
El tipo de historia y su tonalidad, con un ambiente cargadísimo, que cantaría Serrat, de pasiones violentas y desatadas, recuerda muchísimo a "Pursued" o "Duelo al sol", lo que no es casual, ya que detrás está la misma pluma literaria de Niven Busch. Más que con un western "químicamente puro", nos encontramos también aquí con un exacerbado melodrama basado en este caso en la edípica relación entre una espléndida Barbara Stanwyck y su padre en la ficción, el no menos sensacional Walter Huston, en su última aparición en la pantalla.
Lo fundamental que me gustaría resaltar, no obstante, es que estos aspectos no vienen significados sólo a partir de los avatares argumentales (como puede suceder en muchos otros films y que, en este caso, encontraríamos en el hecho que el detonante latente de los conflictos siempre sea la no aceptación mutua del padre y la hija ante sus posibles nuevas parejas) sino en los detalles de la puesta en escena de Mann: unos planos, donde en el interior del encuadre vemos el rostro de padre e hija de perfil mirándose fijamente a los ojos, forman una exacta rima visual con otros planos de idéntica planificación entre Stanwyck y sus pretendientes (Gilbert Roland y Wendell Corey). O, en otro momento, ella y Corey también se mirarán a los ojos, pero esta vez de pie en plano general, señalando así con la abismal diferencia de estatura la asunción de la pareja por parte de ella también como figura paterna.
En este mismo sentido merece destacarse la madre de Roland, a quien veremos, en una imagen muy parecida a otra de "Los pájaros", en un marcado primer plano con su hijo empequeñecido al fondo. Y, si ella aparece habitualmente en lo alto de un promontorio, asimismo la esposa/madre fallecida de la pareja "de hecho" protagonista, se visualiza en un gran cuadro en la que fuera su habitación en la parte alta de la casa. No es casualidad que sea precisamente allí dónde la hija se pruebe la ropa materna ni dónde se produzca un momento de gran tensión (para mí una de las mejores escenas del film) entre ella y la novia del padre, como no es tampoco casualidad que en la planta baja domine un gran retrato del padre. No obstante, lo crucial a efectos cinematográficos, en la línea que hablaba antes, no estriba sólo en la presencia simbólica de esos dos retratos, sino en la manera de mostrar dentro del plano a los distintos personajes en relación a ellos. (...)
El tipo de historia y su tonalidad, con un ambiente cargadísimo, que cantaría Serrat, de pasiones violentas y desatadas, recuerda muchísimo a "Pursued" o "Duelo al sol", lo que no es casual, ya que detrás está la misma pluma literaria de Niven Busch. Más que con un western "químicamente puro", nos encontramos también aquí con un exacerbado melodrama basado en este caso en la edípica relación entre una espléndida Barbara Stanwyck y su padre en la ficción, el no menos sensacional Walter Huston, en su última aparición en la pantalla.
Lo fundamental que me gustaría resaltar, no obstante, es que estos aspectos no vienen significados sólo a partir de los avatares argumentales (como puede suceder en muchos otros films y que, en este caso, encontraríamos en el hecho que el detonante latente de los conflictos siempre sea la no aceptación mutua del padre y la hija ante sus posibles nuevas parejas) sino en los detalles de la puesta en escena de Mann: unos planos, donde en el interior del encuadre vemos el rostro de padre e hija de perfil mirándose fijamente a los ojos, forman una exacta rima visual con otros planos de idéntica planificación entre Stanwyck y sus pretendientes (Gilbert Roland y Wendell Corey). O, en otro momento, ella y Corey también se mirarán a los ojos, pero esta vez de pie en plano general, señalando así con la abismal diferencia de estatura la asunción de la pareja por parte de ella también como figura paterna.
En este mismo sentido merece destacarse la madre de Roland, a quien veremos, en una imagen muy parecida a otra de "Los pájaros", en un marcado primer plano con su hijo empequeñecido al fondo. Y, si ella aparece habitualmente en lo alto de un promontorio, asimismo la esposa/madre fallecida de la pareja "de hecho" protagonista, se visualiza en un gran cuadro en la que fuera su habitación en la parte alta de la casa. No es casualidad que sea precisamente allí dónde la hija se pruebe la ropa materna ni dónde se produzca un momento de gran tensión (para mí una de las mejores escenas del film) entre ella y la novia del padre, como no es tampoco casualidad que en la planta baja domine un gran retrato del padre. No obstante, lo crucial a efectos cinematográficos, en la línea que hablaba antes, no estriba sólo en la presencia simbólica de esos dos retratos, sino en la manera de mostrar dentro del plano a los distintos personajes en relación a ellos. (...)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
(...) Lo mismo ocurrirá en los exteriores, filmados casi siempre al atardecer, con los personajes sobre sus caballos como sombras chinescas. Contrariamente a lo que se podría suponer, ello ratifica el talento de Mann como paisajista: como se comprobará en sus westerns con Stewart, nunca concebirá los paisajes como meros y bellos decorados naturales, sino siempre en relación, ya sea armoniosa o antagónica, con el ser humano que lo habita. De ahí la pertinencia de este carácter sombrío, acorde con la turbia densidad emocional de la historia.
Tan sólo dos aspectos impiden, en mi opinión, que la película alcance cotas más altas. El primero es que toda esta cantidad de significantes albergados en la composición de numerosos planos no halla su justa correspondencia en un encadenamiento de ellos igualmente preciso, es decir, en el montaje. Quizás sea por la inexperiencia de Mann, hasta entonces dedicado a la serie B, con una producción mayor, pero lo cierto en que en algunas escenas se genera la molesta impresión de unos empalmes efectuados a hachazos, como si se hubieran utilizado indiscriminadamente las mejores tomas aisladas, pero sin atender a su continuidad ni a su justificación expresiva. Se resta así fluidez, ya que se hace visible lo que debiera no serlo.
El otro punto de conflicto radica en los secundarios. Si Judith Anderson está perfecta, y se comprenden desde el primer instante los celos de la hija hacia ella, no puede decirse lo mismo de los pretendientes masculinos. Ocurre un poco como con "La sombra de una duda", donde el detective de quien se enamora Teresa Wright es absolutamente "soso" comparado con el tío Charlie. Aquí, tanto Roland como Corey, quizás por sus carencias actorales, sobre todo en el caso del segundo, muy encartonado e inexpresivo, quedan totalmente anodinos frente al incuestionable carisma de Walter Huston (de quien se supone son "competidores") y, desde la idiosincrasia de la propia historia, resulta poco convincente que un personaje de la exuberante y soberbia personalidad como el de la hija caiga rendida a sus pies con pasmosa facilidad.
Apunte a pie de página: después de ver la película (en cuyo interés por descubrir tuvo que ver mi colega Servadac y su paciencia franciscana recomendándola) pensé en Barbara Stanwyck como otra gran posible Vienna para "Johnny Guitar".
Finalmente, una sentencia lapidaria:
"No cuente usted mentiras sobre mí y yo no contaré la verdad sobre usted".
Tan sólo dos aspectos impiden, en mi opinión, que la película alcance cotas más altas. El primero es que toda esta cantidad de significantes albergados en la composición de numerosos planos no halla su justa correspondencia en un encadenamiento de ellos igualmente preciso, es decir, en el montaje. Quizás sea por la inexperiencia de Mann, hasta entonces dedicado a la serie B, con una producción mayor, pero lo cierto en que en algunas escenas se genera la molesta impresión de unos empalmes efectuados a hachazos, como si se hubieran utilizado indiscriminadamente las mejores tomas aisladas, pero sin atender a su continuidad ni a su justificación expresiva. Se resta así fluidez, ya que se hace visible lo que debiera no serlo.
El otro punto de conflicto radica en los secundarios. Si Judith Anderson está perfecta, y se comprenden desde el primer instante los celos de la hija hacia ella, no puede decirse lo mismo de los pretendientes masculinos. Ocurre un poco como con "La sombra de una duda", donde el detective de quien se enamora Teresa Wright es absolutamente "soso" comparado con el tío Charlie. Aquí, tanto Roland como Corey, quizás por sus carencias actorales, sobre todo en el caso del segundo, muy encartonado e inexpresivo, quedan totalmente anodinos frente al incuestionable carisma de Walter Huston (de quien se supone son "competidores") y, desde la idiosincrasia de la propia historia, resulta poco convincente que un personaje de la exuberante y soberbia personalidad como el de la hija caiga rendida a sus pies con pasmosa facilidad.
Apunte a pie de página: después de ver la película (en cuyo interés por descubrir tuvo que ver mi colega Servadac y su paciencia franciscana recomendándola) pensé en Barbara Stanwyck como otra gran posible Vienna para "Johnny Guitar".
Finalmente, una sentencia lapidaria:
"No cuente usted mentiras sobre mí y yo no contaré la verdad sobre usted".