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9
Ciencia ficción. Romance Una visión futurista de Shangai que presenta una sociedad en la que los recuerdos pueden ser borrados y los peligros pueden predecirse. William (Tim Robbins), enviado a Shangai para investigar un fraude en la compañía de seguros Sphinx, tiene un virus que le permite leer la mente de los demás. Maria (Samantha Morton), que trabaja en Sphinx creando "papelles", documentos indispensables para que la gente pueda hacer cualquier cosa, es la ... [+]
27 de diciembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No pierdo la fascinación que me supone contemplar el primer plano aéreo con el que comienza la película. Además de sintetizar en una sola toma lo que Winterbottom desarrolla a continuación, la música, a cargo de David Holmes, aporta al film una textura fascinante y extrañamente onírica.

Código 46 relata la relación amorosa que surge entre un investigador de fraudes y su sospechosa.
En el mundo en el que habitan, la luz solar resulta dañina, las grandes ciudades están blindadas y sólo un permiso especial permite su acceso, las personas viven alienadas en su profunda soledad, las libertades son el privilegio de unos pocos y los individuos son controlados hasta en las relaciones con sus semejantes.

Bajo un panorama que ya es reconocible el realizador británico embarca al espectador en un viaje hacia la tristeza, la desazón y la oscuridad.
La frialdad con la que se crítica el universo creado por Winterbottom, resulta coherente con el tipo de sociedad que se plantea. Sólo en la intimidad más absoluta, los amantes desconocidos son capaces de dar muestras de cariño y vulnerabilidad a su semejante.
El vivir en libertad es un delito que se castiga con el destierro y el olvido.

Sólo la clandestinidad puede aportarnos algo de autonomía, pero nos condena a vivir siempre con miedo.

Todas estas premisas se plantean en un film con alma de thriller futurista, como cine de autor, sin efectos digitales, sin escenas de acción. Evocando con otras luces la inimitable Blade Runner, las analogías en su contexto resultan evidentes, aunque la estética y sus propósitos son bien distintos.

La banda sonora resulta la mejor compañera de este film que combate su frío planteamiento, con unas piezas musicales que dotan a cada fotograma de magia y personalidad única.

Para un servidor, Código 46 resulta bella, sensible, evocadora y tremendamente triste y pesimista. Aún así no deja de plantear una interesante reflexión acerca del amor en tiempos de crisis en las sociedades venideras. Y resulta aterrador el descubrimiento sutil que el director esboza en su trama, donde ambos amantes comparten una analogía muy peculiar. Su propio código, el de el número maldito.

Menospreciada película que merece mucho más crédito del obtenido.
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