El cine tiene un componente afectivo.La chica treintañera que se la pasó llorando toda la proyección puede dar cuenta de ello. Incluso el que aquí escribe no puede esconder que ahogó una lagrimita al pensar que los inolvidables personajes de J.K. Rowling cerraban su última aventura.
Y me da por pensar que no soy el único y que confundimos el cariño que le tenemos a sus personajes, a los libros que muchos han leído con cariño, a la películas que vimos durante una década, con el hecho de que tanto libros como películas pertenecen a un género de entretenimiento y que no están al mismo rango de las grandes obras de arte. Cada cosa en su lugar.
Y debemos reconocer que esta última serie de las aventuras de Harry es entretenida, emocionante a ratos, cursi a otros, pero ni es la mejor de la películas de la serie, ni es una obra de arte. Y lo mismo pasa con J.K. Rowling. Ha escrito libros que han hecho amar al libro a toda una generación. Sólo por eso merece agradecimiento y respeto. Ahora bien, la cuestión es si lo medimos con la Historia del Arte. Quizá ella sea como Frances Hodgson Burnett, de la que quizá no sepan nada, pero que produjo la novela juvenil más importante del siglo XIX en Inglaterra. ¿Y quién se acuerda de ella? Nadie. Generaciones lloraron con ese libro, eso lo hizo valioso, pero no perduró.
"Harry Potter y las Reliquias de la Muerte" dejarán en los ojos que los vieron a un Harry adulto, a un Snape que dejó su lágrima grabada en nosotros. Eso es valioso. El arte de entretenimiento tiene su función social. No tratemos de sobredimensionarlo.
Cada cosa en su lugar.