Descubridores de una mina de oro, ante el cataclismo de diversión que supuso Regreso al futuro, Zemeckis y Spielberg, tanto monta monta tanto, se subieron al DeLorean cuatro años más tarde para poner en el mundo más viajes, más rock and roll y más estiércol. Y el mundo, asombrado, se convirtió, de nuevo, en todo un chispeante paraíso del placer.
Una superparadoja, esta segunda parte. No sólo porque una fórmula ya vista seguía llegando y encantando, lo que ya es mucho, sino porque encontrarse otra vez con Marty, Doc, Lorraine, Biff o el señor Strickland le procuraba a uno la misma sensación placentera de volver a casa cuando se tiene la suerte, como les ocurre a los ciudadanos de Hill Valley, de haber echado raíces en un lugar muy agradable para vivir.