Siempre son atractivas las historias ambientadas en la segunda mitad del estadounidense Siglo XIX. O, al menos, siempre lo son para mí.
Robert Redford, oscarizado director, un tipo sensible, nos presenta a la mayoría de los pesos pesados al comienzo de la película: los fantásticos Kevin Kline y Tom Wilkinson, el múltiple James McAvoy, el honesto Abe. Y aunque es verdad que algunas escenas en el teatro o en esos otros ámbitos puramente americanos parecen faltas de vida, el espectador queda enganchado, en seguida, por esa pericia de hombre viejo con un arma de la que, como contador de historias, ha hecho gala desde el principio el rubio californiano.
LA CONSPIRACIÓN es una cinta que aborda un juicio histórico, y es por eso que recuerda un poco a El Crisol, de Nicholas Hytner. Lo de la luz velada en todo momento y ocasión no sé a qué recuerda, pero es algo cargante. En otro orden de cosas, es de justicia añadir que el marco narrativo es bueno, el vestuario correcto, la música acompasada y que las lágrimas de Robin Wright, esa bohemia belleza sureña, daban la sensación de ser más auténticas junto a la pradera de aquella granja destartalada en el condado de Greenbow, Alabama.