No hablar del todo bien de una vaca sagrada te convierte, de forma automática, en una persona non grata; pero el caso es que en CUATRO BODAS Y UN FUNERAL se exagera todo hasta el paroxismo: el balbuceo de Charles, el histrionismo de Simon Callow, el pasmo de algunos ancianos, la torpeza de James Fleet. Además, no me trago que haya nadie tan desagradable como la dependienta de la tienda del pigmeo y no me encaja, tampoco, la pareja protagonista: pensaba que Hugh Grant y Kristin Scott Thomas habían resuelto sus dudas después de Lunas de hiel.
Me imagino que aquí, en España, lo complicado de asistir a tantas bodas en tan poco tiempo, más que el madrugón, sería la pasta a desembolsar, y soy un convencido de que encontrar a la chica adecuada entre una cuadrilla de antiguas novias es tan difícil como hacer un viaje al infierno.
Así fue. CUATRO BODAS Y UN FUNERAL reventó las taquillas de medio mundo y Andie MacDowell nos presentó el más dilatado historial de conquistas de todas las épocas. Y nos enteramos, cosa que hasta entonces habíamos pasado por alto, que de la música de U2 se desprende un toque muy naval.
Nunca he caído rendido, particularmente. No tiene tantos encantos.