La hija de Jamie Foxx, la de Sylvester Stallone, la ladrona de libros y unas colegas de instituto se pusieron el bikini y a las órdenes de Johannes Roberts para acometer la secuela de una película de escualos. Y que a nadie se le ocurra pensar, que hay mucho perverso en este mundo, que por parte de los responsables de A 47 METROS 2 se atentó contra la meritocracia. O pensar en nepotismos de ninguna clase, vive Dios.
Hubiera sido más que contemplable, y deseable, que, a partir de 1975, se hubiese pagado algún tipo de compensación a Steven Spielberg por cada historia de tiburones que se lanzase a la palestra. Pues si bien es verdad que las perspectivas no siempre han sido las mismas, tampoco es mentira que es el de Ohio el ideólogo enorme de todo ello, quien abrió el fuego. El que puso sobre la mesa, cuando se trata de abordar peripecias de este calibre, y dicho de otra manera, la necesidad de encontrar un barco más grande.
En la línea, esta nueva trama de Johannes Roberts, de todos esos hijos nacidos después de la década de los setenta. Unos hijos que contienen el germen pavoroso que transmite el padre pero que, en ningún caso, arriban al puerto al que arribaba, entonces, una película interpretada por actores y actrices que no descendían de actores ni actrices.