La productota Pixar, alias Hago-siempre-obras-maestras, se llevó nada más y nada menos que el Oscar a la mejor película de animación por esta cinta de aventuras y homenajes al universo de los superhéroes y de los espías. Esto sí que me parece increíble.

El mundo ya no quiere a los superhéroes y los héroes y heroínas tienen que camuflarse entre el resto de personas «normales» y llevar una vida insípida y mediocre, que no sé por qué tiene que ser insípida y mediocre, anda que no exageran. A Superman, por ejemplo, nunca le ha parecido mediocre e insípida la vida de los humanos, ¿verdad?, al contrario. Bueno, aceptémoslo como metáfora de la superioridad personal, de la excelencia del ser humano frente a los menos excelentes. Esto me parece muy bien. Aplaudo el atrevimiento de decir alto y claro que los mejores no tienen que esconderse, que no es malo ser distinto, que las personas somos diferentes. Ahora bien, ojo con lo que se valora. Cuidado con ese concepto de lo «superior».

Porque yo lo siento mucho, y mira que hago esfuerzos con todo mi corazón, pero no consigo admirar a esta familia Increíble. Encuentro mucho más admirable la inteligencia sin poderes del villano Síndrome. Eso sí que es fuerza de voluntad, que es muy admirable; y ambición, que también es admirable; y su capacidad inventiva y su constancia. ¿Por qué los Increíbles son superiores a Síndrome? ¿Qué les otorga verdaderamente esa superioridad? ¿La mutación de correr muy rápido y quedar segundo en una carrera realmente es superior a la de correr con tus limitaciones y quedar detrás de ese superdotado?

«Los Increíbles» se resume en una palabra: acción. Tiene una primera hora teórica que la lastra y una segunda práctica de muchas peleas, caídas y movimientos super poderosos, y es ahí cuando el interés de la historia sube algo más, sin llegar nunca a interesarte por completo. De hecho, llega un momento en el que todo te suena demasiado como para emocionarte. Además, comprendes enseguida que, aunque inmadura, es una película para adultos, ya que dudo mucho que los niños se sientan identificados con un padre de familia aburrido en una oficina de una gran empresa con los típicos problemas familiares y la crisis de los cuarenta.

Quizá los mayores deberíamos aprender a redescubrir la infancia y no hacer que los niños descubran antes de tiempo la vida adulta. Una más del montón.