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Voto de Jark Prongo:
9
Drama A orillas del Canal de la Mancha, sobre la Costa de Ópalo, cerca de una aldea, de su río y de sus marismas, vive un chico extraño que sobrevive, practica la pesca, reza y hace fuegos. Una chica de una granja se ocupa de él y le alimenta. Pasan tiempo juntos en los vastos paisajes de dunas y bosques, se recogen misteriosamente a orillas de los estanques, allí donde ronda el diablo... (FILMAFFINITY)
7 de julio de 2016
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su libro sobre la figura histórica de Jesús de Nazareth, en las conclusiones que el ídolo extrajo del estudio durante más de dos décadas del personaje junto a expertos en la materia, Paul Verhoeven, ateo, admitía que existió. No en la forma que la Iglesia ha ido diciendo para montar y sostener su cortijo piramidal pero sí de una manera bastante aproximada. Verhoeven admite que varias curaciones y exorcismos fueron plausibles gracias al poder de persuasión y sugestión que Jesús operaba con su sola presencia frente a quienes en él creían, algo muy similar a cuando Lana Del Rey confiere sentido vital a la existencia de una fan con sólo decirle Holi y firmarle un autógrafo; criba las palabras que sí que pronunció Jesús de las que considera que son ulteriores invenciones de Pablo (el principal mercachifle de la Iglesia Cristiana, el ex negacionista converso) para adecuar el personaje al emporio que estaba expandiendo ya muerto el nazareno, fundamentando esto en las poderosas analogías que era capaz de cascarse Jesús con un claro estilo definido y sostenido en hipérboles; insinúa que quizá más que lo que él puede determinar por documentos de la época, evangelios apócrifos y demás mandangas lo más interesante de Jesús reside en lo que se desconoce, en esos meses de los que no se sabe qué hace o en qué consisten los cargos que le imputa el imperio romano para sentenciarle a morir. Porque Verhoeven, sobre todo, dice que Jesús fue alguien revolucionario -con su modo de ver las cosas y movilizar a la gente de forma viral- que de buenas la otra mejilla, un piti, cinco minutos a solas con su hermana y lo que tú quieras pero que a malas, ay, lo mismo echaba a correr y no para huir, sino para mejorar la eficacia de una patada voladora. Un revolucionario en toda regla según el holandés capaz de rodearse de apóstoles pescadores no por la proverbial casualidad, sino porque la tenencia de barcas, cuando montas un pifostio en la playa y te sitian las autoridades romanas, se hace esencial para huir. Que Jesús era un Dios, vaya.
En Hors Satan bien se pudiera tratar la segunda venida a la tierra de Cristo bien pudiéramos estar asistiendo a las acciones de un renegado cero de divino en la campiña francesa. Bruno Dumont no permite esclarecer nada a través del curso de los acontecimientos que muestra. La plausibilidad de que David Dewaele sea un Cristo ya descreído de los humanos –y, por lo tanto, dispuesto a hacerles cero concesiones a la presunta bondad que habita en su ser- es exactamente idéntica en probabilidades a que represente a un chamán, a un normal de a pie corriente y moliente o a una versión redux del Michael Landon de Autopista Hacia El Cielo. Es un ser de clara inspiración pasoliniana en su forma de aparecer en la campiña para luego irse a otra a quedarse (de hecho su presencia evoca mucho a la de Terence Stamp irrumpiendo en casa ajena en Teorema), un chavea bressoniano en su forma de posar las manos sobre otros y en la manera de llamar a las puertas, un hombre de mirada tarkovskiana al enfocar a donde confluyen tierra y cielo con la expresión de Hans Topo leyendo las letras aleatorias de una revisión de la vista, un caminante siempre en contacto con la naturaleza a lo personaje del primer Albert Serra o Apicha Weerasethakul, un futuro medallista olímpico de marcha por Francia porque si cuentas los pasos que da anda no menos de 60 kilómetros diarios y no echa el bofe. Pero sobre todo, lo que es es un trasunto de esos juegos morales que Verhoeven tan bien hila, un reflejo de que toda buena acción conlleva una mala y viceversa, un alegato anti absolutos polarizadores: David hace el bien a través del mal. Es decir, sustenta el dicho que una acción no es ni buena ni mala por sí misma, sino que esa valoración la dará un observador según en la posición en la que se encuentre. Para su protegida a buen seguro es la transfiguración en corporeidad humana del bien absoluto, ya que mejora su vida eliminando a un padrastro –de familia, no el de las uñas- y a un individuo que la ronda sin quererlo ella y, ojo a este detalle, le devuelve la vida después de muerta. Obviamente, desde la perspectiva de los anteriores apaleados David es el mal supremo, pues les roba la vida. Hay algo tangencial a las perspectivas vertidas por Maquiavelo en El Príncipe en la manera de conducirse por la vida de David, aunque él nunca lo verbalice, él es más de actuar sin dar el sermón, de obrar sin evangelizar, de partirte la cabeza de una pedrada si considera que eso supondrá la mejora de la vida de un tercero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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