El irregular Stanley Kramer filmó dos grandes películas: "La herencia del viento" y "Adivina quien viene esta noche". En ambas contó con Spencer Tracy, uno de los mejores actores que ha dado el séptimo arte. En "La herencia del viento" la presencia de este magnífico actor es fundamental. Digamos que es 'la clave' para la comprensión. Porque en este áspero enfrentamiento entre la evolución y la Biblia -aunque esto no es del todo cierto, pues el verdadero enfrentamiento se produce entre libertad e intransigencia- sólo Spencer Tracy es capaz, con su sencillez, con su naturalidad y con su cariño, de hacer 'comprender' al espectador, de hacernos entender lo que casi nadie en aquella sala del juicio ha entendido. Algo tan sencillo y a la vez tan complicado (parece) como que "Dios no negaría a nadie su derecho a expresarse y, ni mucho menos, el derecho a dudar". Y hablo todo el rato de Spencer Tracy y no de Henry Drummond (personaje inspirado en el abogado Clarence Darrow famoso por sus nobles defensas) porque compone una transformación única en un niño inocente, un niño cansado (que se apoya medio lloroso en la mesa del juez), un niño desesperado que se tira de los pelos una y otra vez y que sólo quiere que le comprendan.
Por razones de espacio (las críticas nunca deberían ser largas, otra cosa son los ensayos) cometo la injusticia de no hablar de Kramer, Gene Kelly, Fredric March y, sobre todo, del maravilloso personaje de la mujer de Brady. ¡Guau! admirable comportamiento, lección de amor y lealtad, una auténtica MUJER. Ella sí que se merecería todo un ensayo.