Canto suave, ligero e irónico a la juventud, a los 80 y a la música disco. Remembranza inteligente de aquellos maravillosos años (para el director). Narración fluida y distanciada de las desdichas, anhelos e inquietudes de un grupo de jóvenes recién salidos de la universidad. Con una mirada compasiva, cariñosa y crítica nos cuentan sus relaciones sentimentales y sus problemas laborales.
La historia se centra en dos chicas: Blancanieves y la Reina cruel. La primera es sensible y buena, la segunda es manipuladora, falsa y malvada. La primera soporta estoicamente las marranadas de la segunda. A través de ellas conocemos los especímenes masculinos típicos de la época: desde el abogado desequilibrado pero bueno hasta el relaciones públicas sin escrúpulos, pasando por el publicista memo y egoísta.
La película avanza enredando a unos con otros en diferentes combinaciones que dan lugar a equívocos y que provocan continuas parrafadas sobre lo divino y lo humano (como si el director fuese un cruce entre Rohmer y Woody Allen).
Con delicada mordacidad se deja caer una crítica de la televisión y de los nuevos ricos sin valores, además de una cierta chanza sobre el mundo editorial y su obsesión por los bestsellers.
Lo más aburrido e innecesario es la trama judicial-criminal que investiga los asuntos sucios de la discoteca que sirve de punto de encuentro a los protagonistas.
En definitiva, es una apreciable película generacional que recuerda a "St. Elmo, punto de encuentro" o más corrosivamente a "Amigos y vecinos".