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Voto de Ferdydurke:
1
3,1
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Comedia
Una pandilla de barrio se reúne en un salón recreativo del centro para divertirse con su videojuego favorito: la máquina de bailar. Pero esta afición se convierte en algo muy peligroso cuando se ven obligados a jugarse la vida, enfrentándose, en un disparatado torneo, a los mejores jugadores del mundo. (FILMAFFINITY)
11 de octubre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es, sin duda (hipérbole, en realidad la competencia es atroz), una de las peores películas que el cine ha parido. Y ese es su definitivo triunfo. Ya lo dijo el maestro, se trata de fracasar cada vez mejor, nada de medias tintas ni tibiezas, hasta el fondo de la espada, un dolor profundo, una vergüenza indeleble, es el único modo de aprender de verdad algo bueno.
Se presenta como homenaje-parodia de todo el cine chungo querido comercial juvenil americano de los años ochenta y alrededores, los Rocky-Rambo-Karate Kid-Guerra de las galaxias (con perdón de los tan exquisitos)-Fama-Fiebre del sábado noche... y de toda la cutre tele española bailonga de la época preputa movida (así la definen con garbo y desparpajo) con la música disco y las bolas discotequeras en todo lo alto del horterismo más desaforado y nefando.
Pero está claro que eso no es. Es una hez. Se trata de causar asombro y estupor, de que el espectador se pregunte a cada rato cómo fue posible, cómo tuvieron tantos huevos para hacer esto, Aibar el director, Segura (y es lo menos horroroso, lo cual, obviamente no le salva, de ningún modo) el actor y productor y todos los que estaban o pasaban por allí (se supone que para pillar cacho al olor de la subvención*) en ese infausto momento, tan poco disimulo, una cara dura tan sana. Y eso tiene su mérito. Especialmente destacable en ese mal aspecto, el del mal arte y la picaresca cutre, todo lo referido a los bailes: suspensión del tiempo, nirvana y limbo. De no creer.
Y los actores, y la música, y la fotografía. Un conjunto grimoso y estupefacto. Grosero, chabacano, bastante infecto.
Daría mi toda vida y mi gran prestigio por un coloquio pleno, reunidos todos los perpetradores, en prime time, en el que explicaran los entresijos de la obra estos cerebros, las causas, los grandes momentos, las discusiones artísticas, los retoques de guion (Borja Cobeaga y Diego San José aparecen en los títulos de crédito, Dios les perdone también a ellos), las charlas con la producción, el presupuesto, los días de rodaje, el estreno, la taquilla si la hubiera y no fuera más que un burdo rumor, ni los familiares más directos en verdad de la buena la vieron, años después, las consecuencias del delito, si todavía les remuerde la conciencia, qué fue de tantos que nada sabemos de su paradero, ¿juguetes rotos?, ¿vividores en paro?, ¿pícaros al albur?, ¿extras escondidos?, ¿huidos de la justicia?, ¿cambiaron de sexo y de aspecto y ahora triunfan como profesores de ética posmoderna en las universidades más conspicuas y arrebatadoras?
Se presenta como homenaje-parodia de todo el cine chungo querido comercial juvenil americano de los años ochenta y alrededores, los Rocky-Rambo-Karate Kid-Guerra de las galaxias (con perdón de los tan exquisitos)-Fama-Fiebre del sábado noche... y de toda la cutre tele española bailonga de la época preputa movida (así la definen con garbo y desparpajo) con la música disco y las bolas discotequeras en todo lo alto del horterismo más desaforado y nefando.
Pero está claro que eso no es. Es una hez. Se trata de causar asombro y estupor, de que el espectador se pregunte a cada rato cómo fue posible, cómo tuvieron tantos huevos para hacer esto, Aibar el director, Segura (y es lo menos horroroso, lo cual, obviamente no le salva, de ningún modo) el actor y productor y todos los que estaban o pasaban por allí (se supone que para pillar cacho al olor de la subvención*) en ese infausto momento, tan poco disimulo, una cara dura tan sana. Y eso tiene su mérito. Especialmente destacable en ese mal aspecto, el del mal arte y la picaresca cutre, todo lo referido a los bailes: suspensión del tiempo, nirvana y limbo. De no creer.
Y los actores, y la música, y la fotografía. Un conjunto grimoso y estupefacto. Grosero, chabacano, bastante infecto.
Daría mi toda vida y mi gran prestigio por un coloquio pleno, reunidos todos los perpetradores, en prime time, en el que explicaran los entresijos de la obra estos cerebros, las causas, los grandes momentos, las discusiones artísticas, los retoques de guion (Borja Cobeaga y Diego San José aparecen en los títulos de crédito, Dios les perdone también a ellos), las charlas con la producción, el presupuesto, los días de rodaje, el estreno, la taquilla si la hubiera y no fuera más que un burdo rumor, ni los familiares más directos en verdad de la buena la vieron, años después, las consecuencias del delito, si todavía les remuerde la conciencia, qué fue de tantos que nada sabemos de su paradero, ¿juguetes rotos?, ¿vividores en paro?, ¿pícaros al albur?, ¿extras escondidos?, ¿huidos de la justicia?, ¿cambiaron de sexo y de aspecto y ahora triunfan como profesores de ética posmoderna en las universidades más conspicuas y arrebatadoras?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
* Me gustaría apostar por ellos, reivindicarlos románticamente como mamarrachos Ed Wood, que todo lo hicieron realmente por amor al arte, pequeños desgraciados con las mejores intenciones y las peores cualidades, jornaleros de la falta de talento, peones del arte más auténtico y libérrimo, engendradores de obras puras en su maldad y falta de pericia, y sí, seguro que algo hay de eso, no lo dudo, pero sería parcial y olvidaría un factor que no se puede obviar por ser tan decisivo y explicativo, me refiero, claro, al tópico por antonomasia de nuestro cine, eso es, las ya citadas subvenciones o de cómo destinar dinero público a la realización de películas que tienen como casi único fin su existencia, tente mientras cobro, toma el dinero y corre, nada más, da igual todo el resto, todo eso que tiene que ver con el acabado, el interés y recepción del público, el dinero recaudado, la reputación creativa, el respeto al oficio y demás bagatelas que se las pasan olímpicamente por sus partes estos ávidos tunantes. Es decir, películas que gracias al dinero "donado" por el estado permiten (¿siguen permitiendo?... ) a los que las han "ejecutado" vivir, ganar una soldada, ir tirando y, en algún caso, hasta conseguir pingües beneficios (supongo que la productora y sus advenedizos o adláteres más circunspectos, mucho menos la parte "artística"), independientemente de que sean espantosas y no las vea nadie. Sistema viciado, dinero perdido, sin control de calidad ni exigencia mínima o ninguna. Películas que no se hacen con el objetivo lógico de ser vistas y apreciadas, sino que dentro de un engranaje cerrado, muy endogámico, que se acaba en sí mismo, que solo tiene sentido como proyecto sin fin, abortado desde un principio, en el que unos se sustituyen a otros, toman el relevo en esta cadena absurda, en este arte patrio que no busca más que la subsistencia tramposa y contradictoria, como cobrar por vender un producto que nadie va a comprar ni comer porque es intragable, porque se hizo sin ese fin, porque se recibe un dinero a cambio de nada, solo por hacer que se hace, por aparentar que se trabaja, por exponer algo efímera e inútilmente, patio de monipodio. Eso sin querer entrar en posibles, así pintaría si uno fuera mal pensado (que no lo soy, vive Dios), amiguismos, enchufes, partidos políticos, ideologías abominables y corruptelas varias o a puñados gordos mejor. Y todo esto justificaría, explicaría el existir de esta obra aquí (tan mal) comentada. Por un lado exculparía a los "creadores" (hay que comer, a todos nos pasa, de grandes soflamas no se puede vivir), por el otro los retrataría con peor, horrible luz (participantes de un enredo nefando, implicados en un crimen de lesa gravedad cinéfila, en un chanchullo tramposo y malintencionado, en una estafa a pequeña escala, a calzón quitado), según se quiera ver.
No es mala idea lo de proteger la frágil y necesitada de calor o abrigo inspiración de los autores más especiales, al contrario, puede ser hasta bueno, siempre y cuando ese dinero se destine exclusivamente, se controle y fiscalice, a la creación de esos elegidos sobrados de talento pero escasos de euros, evitando que en el desgraciado proceso se lleven la pasta, metan la mano al cazo los sinvergüenzas de toda índole y de siempre, los lameculos o sospechoso habituales, la calaña reincidente, los conocidos del poder del momento, gente sin escrúpulos que no ha sido llamada por el camino de arte precisamente y sí más bien por el de la mucha jeta, toda esa ralea.
No es mala idea lo de proteger la frágil y necesitada de calor o abrigo inspiración de los autores más especiales, al contrario, puede ser hasta bueno, siempre y cuando ese dinero se destine exclusivamente, se controle y fiscalice, a la creación de esos elegidos sobrados de talento pero escasos de euros, evitando que en el desgraciado proceso se lleven la pasta, metan la mano al cazo los sinvergüenzas de toda índole y de siempre, los lameculos o sospechoso habituales, la calaña reincidente, los conocidos del poder del momento, gente sin escrúpulos que no ha sido llamada por el camino de arte precisamente y sí más bien por el de la mucha jeta, toda esa ralea.