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Voto de Ferdydurke:
3
7,0
47.086
Ciencia ficción
Treinta años después de los eventos del primer film, un nuevo blade runner, K (Ryan Gosling) descubre un secreto profundamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar la búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), un blade runner al que se le perdió la pista hace 30 años. (FILMAFFINITY)
12 de diciembre de 2017
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Parte fundamental del problema o misterio de lo que somos proviene del desconcertante y terrible hecho de que de los más importantes años de nuestra vida, todos los primeros, apenas dejamos rastro, casi todo lo olvidamos y los pocos recuerdos que nos quedan son escasos, vagos, difusos, más influenciados por lo que nos cuentan que por lo que realmente pensamos, sentimos o deseamos en aquellos fugaces momentos ya pasados. Y la escalofriante paradoja consiste en que todo lo que nos sostiene y da forma, la esencia de nuestro comportamiento y anhelo tienen su raíz indestructible en aquel momento/tiempo. Cuando nos llega la conciencia y podemos desdoblarnos un poco, analizarnos/observarnos desde fuera, tener alguna idea de lo que queremos, de nuestras limitaciones y sueños, ya, por entonces, es demasiado tarde, no hay ningún remedio, no hay posible vuelta atrás ni se puede cambiar el modelo, nuestro archivo está cerrado a cal y canto, todo el resto que nos queda, los, si hay suerte o desgracia, años postreros, la ilusión de cambio, de libertad, de capacidad de elección, todos esos espejismos no son más que un falso sueño, un engaño consolador, una ilusión que pillamos al vuelo porque somos incapaces de aceptar la evidente verdad, que nada se puede hacer para cambiar el rumbo, lo dado, lo que tenemos programado, de hecho, todo nuestro futuro, incierto paso por la Tierra, está inevitablemente marcado, a fuego, de forma indeleble a la vez que perecedera. No hay posibilidad de trueque, diálogo o negocio al respecto.
Utilicemos otras imágenes más cercanas.
La infancia es una enorme, desenfrenada, feliz borrachera, la primera juventud y madurez y todo el reguero que viene después, son una gigantesca, monstruosa resaca de la que nunca, por mucho que nos esforcemos, nos recuperamos, de ese sábado embriagado, de esa noche eterna solo nos restan sombras, vislumbres, fárrago, nada más que fantasmas que nos van a perseguir hasta el final del tiempo.
Y ante ese infausto suceso dominguero solo se nos permite aguantar el tipo, dejarlo estar, no hacerse mala sangre, fingir que todo está bien, poner cara de buen chaval ante la familia, dar a entender, para que sientan que nos les vas a delatar o desenmascarar, que tú también estás en el ajo, en el engaño tácito y acordado desde siempre, desde el primer hombre, en esa apariencia de realidad, esa gran estafa que nos cubre de ceniza y mendacidad desde que nacemos, que tú, aunque no lo parezca, también eres un ancho mar de felicidad, esperanza y caridad, para su tranquilidad.
Y claro, algo así, un invento tan cruel, una condición tan ridícula, como si fuéramos figuras de papel o muñecos de trapo, una creación tan perversa solo puede ser obra de una mala persona, de un demiurgo abyecto, mezquino, con un sentido del humor esquinado, retorcido, feroz, muy absurdo y bastante canalla. Un Dios o vete a saber tú si tal vez solo un chupatintas olvidado en cualquier oficina desolada de una gran empresa de una lejana ciudad o el secretario más humilde de cualquier despacho de abogados de una isla que sirve de paraíso fiscal a los más enterados, el caso es que un mal tipo que debería pedir perdón por habernos hecho semejante jugada o broma macabra, tan irresoluble, risible y malcarada. Alguien nos debe una explicación. Y nos la tiene que dar. Tarde o temprano. Es lo que debemos esperar. Aquí, en este mundo, en el cielo o en el próximo infierno, siempre exigiendo esa imposible justificación de nuestra triste condición)
Comienza la sesión y el cine se viene abajo con su potente sonorización. Retumba la sala, parece que acabara de arrancar un hidroavión.
Gente guapa, muchos ordenadores, parajes desolados, metálicos, quirúrgicos. Primeras impresiones.
Empieza la aventura y soy todo expectación. Hay mamporros, gente mala, Robin Wright (¿qué será de ella, sin Kevin Spacey el defenestrado, en "House of Cards", presidenta sin presidente?), Ryan Gosling, un malote que parece jugador, primera línea, de la selección de Inglaterra de rugby, Ana de Armas con sus ojos de miel y su anatomía curvosa (mezcla feliz de curvada y rumbosa) y como vertiginosa. Puedo asegurar que esta versión va bien. Todo está en orden y en paz. No hay mucha novedad. Solo cierto retintín y curiosidad. La cosa marcha. Habrá que esperar. Intríngulis.
(Cómo estar solo. Otra de nuestras grandes contradicciones es el desgarro, la fuerza ciega que tira de nosotros hacia los extremos de la cuerda, entre la concurrida sociedad y la extrema soledad. El instinto, la biología, el verbo, la carne, el fuego, todo ese mejunje nos guía hacia el grupo, el barullo, el ruido, hacia la gente, hacia el otro, hacia el calor acogedor del cuerpo del prójimo. Es un imán muy poderoso. Pero mientras eso sucede, todo a la vez y en otros casos sucesivamente y en diferente grado de intensidad, hay algunos, unos mucho más que otros, que también escuchan una voz en su interior, una llamada más bien atea, que pide constante, furiosamente incluso, huir, escapar, poder formarnos en soledad, no atender a ninguna obligatoriedad, hacer de nuestro cuerpo un templo y nuestro espíritu de acero, dejar de oír a los demás, sus estúpidas charlas, ese eterno tran tran, el horrible cha cha cha.
Algunos soportan esa tensión, el tira y afloja constante, consiguen cierto equilibrio, otros muchos, en cambio, se autodestruyen lentamente, como si fuera un veneno a largo plazo, una dosis de arsénico todos los días, suministrada por la mayoría silenciosa, esa inercia aniquiladora que nos marca el paso con fiereza inadvertida pero segura, otros pasan como si nada, indemnes, y algunos, pocos, se cuentan con los dedos de la mano, se vuelven locos, de verdad, pagan el precio de la soledad, se mueren por dentro, se vuelven ariscos, egoístas, secos, yermos, idiotas, si es que desde siempre no lo fueron. Todavía menos consiguen crear de entre esos escombros algo que valga la pena, alguna obra imperecedera, una buena película, sinfonía o destacada literatura)
Utilicemos otras imágenes más cercanas.
La infancia es una enorme, desenfrenada, feliz borrachera, la primera juventud y madurez y todo el reguero que viene después, son una gigantesca, monstruosa resaca de la que nunca, por mucho que nos esforcemos, nos recuperamos, de ese sábado embriagado, de esa noche eterna solo nos restan sombras, vislumbres, fárrago, nada más que fantasmas que nos van a perseguir hasta el final del tiempo.
Y ante ese infausto suceso dominguero solo se nos permite aguantar el tipo, dejarlo estar, no hacerse mala sangre, fingir que todo está bien, poner cara de buen chaval ante la familia, dar a entender, para que sientan que nos les vas a delatar o desenmascarar, que tú también estás en el ajo, en el engaño tácito y acordado desde siempre, desde el primer hombre, en esa apariencia de realidad, esa gran estafa que nos cubre de ceniza y mendacidad desde que nacemos, que tú, aunque no lo parezca, también eres un ancho mar de felicidad, esperanza y caridad, para su tranquilidad.
Y claro, algo así, un invento tan cruel, una condición tan ridícula, como si fuéramos figuras de papel o muñecos de trapo, una creación tan perversa solo puede ser obra de una mala persona, de un demiurgo abyecto, mezquino, con un sentido del humor esquinado, retorcido, feroz, muy absurdo y bastante canalla. Un Dios o vete a saber tú si tal vez solo un chupatintas olvidado en cualquier oficina desolada de una gran empresa de una lejana ciudad o el secretario más humilde de cualquier despacho de abogados de una isla que sirve de paraíso fiscal a los más enterados, el caso es que un mal tipo que debería pedir perdón por habernos hecho semejante jugada o broma macabra, tan irresoluble, risible y malcarada. Alguien nos debe una explicación. Y nos la tiene que dar. Tarde o temprano. Es lo que debemos esperar. Aquí, en este mundo, en el cielo o en el próximo infierno, siempre exigiendo esa imposible justificación de nuestra triste condición)
Comienza la sesión y el cine se viene abajo con su potente sonorización. Retumba la sala, parece que acabara de arrancar un hidroavión.
Gente guapa, muchos ordenadores, parajes desolados, metálicos, quirúrgicos. Primeras impresiones.
Empieza la aventura y soy todo expectación. Hay mamporros, gente mala, Robin Wright (¿qué será de ella, sin Kevin Spacey el defenestrado, en "House of Cards", presidenta sin presidente?), Ryan Gosling, un malote que parece jugador, primera línea, de la selección de Inglaterra de rugby, Ana de Armas con sus ojos de miel y su anatomía curvosa (mezcla feliz de curvada y rumbosa) y como vertiginosa. Puedo asegurar que esta versión va bien. Todo está en orden y en paz. No hay mucha novedad. Solo cierto retintín y curiosidad. La cosa marcha. Habrá que esperar. Intríngulis.
(Cómo estar solo. Otra de nuestras grandes contradicciones es el desgarro, la fuerza ciega que tira de nosotros hacia los extremos de la cuerda, entre la concurrida sociedad y la extrema soledad. El instinto, la biología, el verbo, la carne, el fuego, todo ese mejunje nos guía hacia el grupo, el barullo, el ruido, hacia la gente, hacia el otro, hacia el calor acogedor del cuerpo del prójimo. Es un imán muy poderoso. Pero mientras eso sucede, todo a la vez y en otros casos sucesivamente y en diferente grado de intensidad, hay algunos, unos mucho más que otros, que también escuchan una voz en su interior, una llamada más bien atea, que pide constante, furiosamente incluso, huir, escapar, poder formarnos en soledad, no atender a ninguna obligatoriedad, hacer de nuestro cuerpo un templo y nuestro espíritu de acero, dejar de oír a los demás, sus estúpidas charlas, ese eterno tran tran, el horrible cha cha cha.
Algunos soportan esa tensión, el tira y afloja constante, consiguen cierto equilibrio, otros muchos, en cambio, se autodestruyen lentamente, como si fuera un veneno a largo plazo, una dosis de arsénico todos los días, suministrada por la mayoría silenciosa, esa inercia aniquiladora que nos marca el paso con fiereza inadvertida pero segura, otros pasan como si nada, indemnes, y algunos, pocos, se cuentan con los dedos de la mano, se vuelven locos, de verdad, pagan el precio de la soledad, se mueren por dentro, se vuelven ariscos, egoístas, secos, yermos, idiotas, si es que desde siempre no lo fueron. Todavía menos consiguen crear de entre esos escombros algo que valga la pena, alguna obra imperecedera, una buena película, sinfonía o destacada literatura)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Aparece Harrison Ford de manera inesperada, cuando menos yo lo esperaba. Al principio me gusta verle, después, al de poco, se me cae todo el castillo de naipes y los palos del sombrajo, y me río un rato, entre dientes. Y sale Sean Young. La recordada, la maldita, la desaparecida.
Horror. El argumento se bifurca en dos pifias al por mayor, dos salidas chabacanas, vulgares, atroces, grotescas, ridículas, obvias y planas.
a) Pasamos de "El corazón del ángel", el investigador que se descubre a sí mismo en un arrebato fatalista, existencial y demoníaco, a que tú eres mi papa o el de mi santa hermana. Que mi mama, o la tuya, o la de todos, se quedó preñada y tú ya lo sabías, bandido. Borraste la prueba y un mundo nuevo quisiste.
Culebrón de ciencia ficción. Lo que me faltaba. La genealogía convertida en bobería. El recurso más fácil utilizado de forma lamentable y muy inapropiada.
Una cosa es la nostalgia y otra muy diferente la recuperación más verdulera de la historia primigenia.
b) La hija será la gran revolucionaria. Ella levantará a las masas contra el mal que les domina y esclaviza. Destruirán el mundo como lo conocemos.
Claro que sí.
Terminator, Matrix.... El Mesías (ahora mujer, que es gran novedad y mucho mejor, dónde vas a parar) y toda la vaina. Mantra de un conocido y visitado que tira de espaldas.
Uno esperaba asombro, misterio, sorpresa, no tópicos de derribo.
(La original, la de Scott, mezclaba asuntos de alta alcurnia filosófica con aventura bien tratada y remozada, el formato ciberpunk (serie b de calidad) para no responder, no se puede, las preguntas últimas, qué nos hace humanos, cuál es nuestra debacle, debilidad y pequeña grandeza, cómo es el callejón sin salida, el sentido del laberinto, el quid del jeroglífico, el decorado de la trampa, el cebo, la forma de nuestra desdicha, alegría y fugaz pena, por qué somos tan poca cosa y sin embargo nos diseñaron para anhelar tanto, todo)
Esta versión de Villeneuve mueve grandes medios técnico-económicos al ritmo más banal y decepcionante. Nos crea unas expectativas, nos resucita unos recuerdos que poco a poco va convirtiendo en parches, remiendos y enojos, puros despojos.
Un pequeño desastre. Una gran pena.
Nota: No me hagáis mucho caso. De la primera me acuerdo poco. Era solo un mozo. Esta me pilla tarde. Ya todo me viene viejo. Gastado. Sobado. Resabiado. No la encuentro el sabor ni el gusto, acomodo, real sitio (en mi de ya no tan de mazapán tierno corazoncito). Mi tiempo ya pasó. Estoy revenido, caducado, condonado. Soy infelizmente inmune a este tipo de poco sabroso, frío como un témpano, engaño.
Tantísimo lo siento.
Horror. El argumento se bifurca en dos pifias al por mayor, dos salidas chabacanas, vulgares, atroces, grotescas, ridículas, obvias y planas.
a) Pasamos de "El corazón del ángel", el investigador que se descubre a sí mismo en un arrebato fatalista, existencial y demoníaco, a que tú eres mi papa o el de mi santa hermana. Que mi mama, o la tuya, o la de todos, se quedó preñada y tú ya lo sabías, bandido. Borraste la prueba y un mundo nuevo quisiste.
Culebrón de ciencia ficción. Lo que me faltaba. La genealogía convertida en bobería. El recurso más fácil utilizado de forma lamentable y muy inapropiada.
Una cosa es la nostalgia y otra muy diferente la recuperación más verdulera de la historia primigenia.
b) La hija será la gran revolucionaria. Ella levantará a las masas contra el mal que les domina y esclaviza. Destruirán el mundo como lo conocemos.
Claro que sí.
Terminator, Matrix.... El Mesías (ahora mujer, que es gran novedad y mucho mejor, dónde vas a parar) y toda la vaina. Mantra de un conocido y visitado que tira de espaldas.
Uno esperaba asombro, misterio, sorpresa, no tópicos de derribo.
(La original, la de Scott, mezclaba asuntos de alta alcurnia filosófica con aventura bien tratada y remozada, el formato ciberpunk (serie b de calidad) para no responder, no se puede, las preguntas últimas, qué nos hace humanos, cuál es nuestra debacle, debilidad y pequeña grandeza, cómo es el callejón sin salida, el sentido del laberinto, el quid del jeroglífico, el decorado de la trampa, el cebo, la forma de nuestra desdicha, alegría y fugaz pena, por qué somos tan poca cosa y sin embargo nos diseñaron para anhelar tanto, todo)
Esta versión de Villeneuve mueve grandes medios técnico-económicos al ritmo más banal y decepcionante. Nos crea unas expectativas, nos resucita unos recuerdos que poco a poco va convirtiendo en parches, remiendos y enojos, puros despojos.
Un pequeño desastre. Una gran pena.
Nota: No me hagáis mucho caso. De la primera me acuerdo poco. Era solo un mozo. Esta me pilla tarde. Ya todo me viene viejo. Gastado. Sobado. Resabiado. No la encuentro el sabor ni el gusto, acomodo, real sitio (en mi de ya no tan de mazapán tierno corazoncito). Mi tiempo ya pasó. Estoy revenido, caducado, condonado. Soy infelizmente inmune a este tipo de poco sabroso, frío como un témpano, engaño.
Tantísimo lo siento.