A pesar de tratarse un personaje histórico tan conocido y significativo, Soderbergh ni se achanta ni se intimida, más bien al contrario, se reafirma, insiste en lo suyo, en su particular, inadvertido modo de contar, en su personalísima mirada, en su buen hacer y autoría invisible.
Vamos, que cuenta la vida del Che de la misma manera que hablaría de Juan Nadie, del vecino del quinto o de aquel que que va todos los fines de semana a ver a su equipo de fútbol, con la misma bella y curiosa indiferencia, el mismo tipo de interés y atención, igual elegante frialdad, educada distancia y admirable rechazo de las tentaciones sentimentales, morbosas o demasiado explicativas. Por lo tanto, es una más de las suyas, con la misma soltura y clase, pero, en este caso, un tanto fallida (no siempre le salen bien; las hay buenísimas, mediocres y directamente malas; este estilo sin estilo -aparentemente-, ese intelectualismo de ajedrez, de niño superdotado, no siempre funciona, a veces da lugar a obras desangeladas, pesadas, equivocadas, a las que habría sido necesario insuflarles fuerza, riesgo, incluso convención comercial).
Alterna tiempos y colores: va del blanco y negro del sesenta y cuatro, cuando lo del discurso en la ONU, al color de su periplo épico revolucionario entre finales del cincuenta y seis en México (aunque aparece una reunión anterior, es por esa fechas cuando partieron, en el Granma, rumbo a Cuba) y principios del cincuenta y nueve a punto de llegar a La Habana (ya en la isla: de Sierra Maestra, en el Sureste, hasta la entrada triunfal en la capital, en el Noroeste, de punta a punta, ochocientos km de recorrido), dos años mostrados a través de unas cuantas batallas, varios ajusticiamientos, charlas y reflexiones en voz alta; un conjunto de imágenes y palabras un tanto superficial y confuso (se aprecia la "música", no tanto la "letra"; capta lo esencial, la evolución del Che, de tímido guerrillero a concienzudo e inflexible comandante, su preocupación por la alfabetización y la disciplina, el ambiente de camaradería y juventud, los escarceos montañosos y selváticos, el asma del mito, el áspero comienzo de su relación amorosa, las cobardías y miserias de los gerifaltes, el apoyo de la gente, alguna traición..., pero de un modo fragmentado, desvaído, diluido, como visto desde un catalejos o como si un rompecabezas se hubiera desordenado y lo hubieran recompuesto un poco, no es así en verdad pero lo parece, aleatoriamente, a lo que salga, perezosamente, de forma timorata e indecisa).
Quizás el mayor error radique en la descompensación entre los dos focos narrativos: entre la parte del "futuro", con la entrevista que salpica todas las aventuras anteriores y que sirve para dar cuerpo teórico, ideológico, a la acción, a la que hay que sumar varias escenas del Che en una fiesta y un poco en la intimidad, todo ese tramo queda un poco pretencioso y fofo, cargante e innecesario, no aporta mucho, ni intelectual ni vitalmente al personaje; solo si lo vemos desde la perspectiva de su triunfo radical, universal, como símbolo, casi como estrella pop, al que le tratan con honores y unción, tiene valor, pero en ese caso su imagen sale un tanto perjudicada ya que se aleja del hombre para empezar a ser devorado por su halo mitificado, por su burda representación, por su imagen sincrética (la política como religión más armas, un Cristo comunista con un Kalashnikov en el brazo, guerra santa e icono mainstream), tan deformada como hinchada, sobreutilizada y tan comercializada, más allá de que las cosas que dijera en aquella ocasión pudieran ser justas o ciertas; y la otra parte, la del "pasado", que ya dijimos que no está mal, pero tampoco bien, supone un sinuoso discurrir, peleando y aprendiendo siempre, que no tiene pega, poco se le puede achacar o criticar, salvo tal vez echar en falta mayor hondura, puede servir para hacerse una idea, somera, del contexto, como percha informativa, pero si se quiere saber más, hay que buscar en otra fuentes más dadivosas y decididas; aquí ni siquiera se aventuran hipótesis o interpretaciones, se limitan solo a un correcto recuento, esquilmado, ralo, de unos pocos hechos bien conocidos, de un viaje muy consabido.
Es, claramente, una obra a favor del personaje, nos lo muestran siempre tratando de ser justo, austero y generoso, pero por lo menos evitan caer en ridículas peroratas de sangre caliente llenas de frases altisonantes que hagan alusión a posibles gestas grotescas.
Fin: interesante y un poco plúmbea; se agradece la contención y falta de histrionismo y se echa de menos mayor riesgo, jugársela a una carta, la que sea.
Me quedo con Demián Bichir como Fidel; Benicio, y en general el resto, están todos bien, aunque es verdad que hay un caos con los acentos, no siempre atina/n, y que, a pesar del tremendo peso del personaje protagonista, es más decisiva la apuesta formal o el estilo del director.