Fantasmada exaltada.
Sería en el fondo la celebración de un Golpe de Estado; de cómo un rey, militar antes que todo, se toma la justicia por su mano y prescinde, desprecia y repudia la Religión (vemos a los Éforos como una especie de sacerdotes u oráculos monstruosamente putrefactos a los que considera... una sarta de insultos) y al Consejo Político (un senado al que ni tiene en cuenta; nos lo presentan como un conjunto de borregos dirigidos por un miserable traidor). Un enfervorecido, extático y delirante canto a los valores castrenses, legionarios no más (solo faltó la cabra y que cantasen todos a una "El novio de la muerte"; empeñados, emperrados que estaban los pobres en morir sin remisión para poder por fin "cenar en el iiiiinfiiiiieeeeernoooo").
El prólogo es lo mejor; ese narrador solemne y ese niño partiéndose el alma con las fieras y en las nieves.
El resto es un inventario cansino, rutinario y botarate de soflamas necias, onomatopeyas grotescas, humor (digno del Bruce Willis más lobotomizado), sangre, mucha sangre sin parar de salpicar, y cabezas cortadas; y capas, abdominales y lanzas en ristre; como gimnasio cani hasta arriba de pastillas y hombretones pelones.
Se enfrentará el orden moral, recios y fuertes todos (no ha lugar a la ternura, dicen, ya que entienden que es sinónimo de debilidad..., en fin), contra el misticismo sandunguero del bueno de Jerjes, que será malote y todo lo que queráis, pero que tiene el corazón de oro, nunca mejor dicho, y que lo demuestra con el pobre Efialtes, al que le da todo, y más, por solo un triste agacharse de nada (de eso va esta vaina en verdad, de agacharse y nada más; dejémonos de filosofías y cabalgatas de navidad y digamos la verdad, hincarse de rodillas o no ser, he ahí la cuestión, si el Jerjes o el Leónidas, como amantes despechados que para no recocer en público sus amores turbios y sus posturas del Kamasutra llevan a miles de pringados a la muerte, tanto monta..., cuál de los dos es más chulo y la tiene más grande).
Está todo muy bien hecho; las imágenes son hermosas y la apariencia de cómic está conseguida y es imponente, pero el espectáculo peca de redundante, resulta inflado y, por momentos, hasta ridículo, el humor involuntario amenaza constantemente con tomar por asalto las vociferantes huestes del sin par Leo.